miércoles, 29 de febrero de 2012

Pensamientos de un insomne desorientado.

Letanías del amante con el corazón roto
 
(Conviene recitarlas inmediatamente después del siniestro)
Y PARA MATIZAR LA SALVAJADA
no te perdono nada, nada, nada.
Y para matizar el holocausto
me has dejado en el alma mucho asco.
Y para matizar la puñalada
que le llenes de herpes a tu amada.
Y para matizar esta agonía
te parta el corazón tía, tras tía.
Y para matizar esta riada
que te encharquen la vida de putadas.
Y para matizar este siniestro
a partir de este verso eres un muerto.

Belén Reyes



 (piloto rojo, la cámara tres efectúa un travelling en el cerebro del protagonista)

…Llevo varios días que no puedo dormir por las noches.

Doy vueltas por la casa, sin saber qué hacer. Estoy enfadado conmigo mismo. Vivo solo y no puedo discutir con nadie, a veces me miro al espejo y me insulto. Es igual, tampoco duermo. Añoro las discusiones, las broncas con Mari.

Me distraigo con películas antiguas. Anoche vi seguidas Cabaret y Barry Lindon, me parecieron muy pesadas, un rollazo. Recuerdo que cuando las vi por  primera vez, hace años, me gustaron mucho. No sé si he cambiado de gustos o que envejecen mal. Yo también envejezco mal, parezco mi padre, o mi abuelo, estoy engordando, la barba de varios días no me sienta bien, me da pereza afeitarme, ¿para qué?, ¿para quién?  Me dedico a pasear por las habitaciones, el pasillo, me asomo al balcón, llamo por teléfono a Mari a las cuatro de la madrugada y cuelgo.

Ya ni siquiera me importa lo del trabajo, no trabajar.
En algún momento se me acabará el dinero, bah, me es igual.
Me gustaría saber escribir para decirle cuatro cosas a Mari, algo que le duela, algo que le haga sufrir, pensar en mí, que sepa cómo estoy.

Está lo de la bebida, soy un sibarita. Al principio de este insomnio me preparaba unos Negroni fabulosos, también unos Blue Moon. He llegado a beberme tres de cada y media botella de Rioja. Ahora tomo ginebra o whisky a morro, sin vaso. Me sienta mal, lo sé, que se joda Mari, que le den por el culo a Mari.

Me duele el estómago, mucho, y creo que tengo varices o algo así, en las piernas, con venas abultadas, los pies fríos, quizás por eso no duermo. Joder, estoy hecho una piltrafa, el más guapo del barrio y mira cómo me he quedado, que fui campeón de Vizcaya de 200 metros libres y ahora jadeo como un perro viejo. Será de fumar, que no había fumado nunca y ahora no paro, huele toda la casa a humazo que tira de espaldas. Una joya, soy una joyita de hombre, esto es lo que ha conseguido esta cabrona de Mari, la madre que la parió. 

Voy a ver esta de “Estómago” que leí en un Fotogramas antiguo que está bien. Me las grababan mis amigos, ¿mis amigos?, otros cabrones que se han puesto de su parte, unos hijos de puta, vaya amigos de los huevos, se ponen de parte de Mari,  manda narices, que les den, que les den mucho, con lo que he hecho por ellos, con lo que he hecho por todos, cabrones, cabrones...

(Fundido en negro sobre el monólogo y la cámara interior se desplaza a otros escenarios)



El sueño es dulce, sientes
grandes ruedas de fuego en el calor del día.
y Lou Reed también dice
que si cierras la puerta
tal vez la noche dure para siempre.
Benjamín Prado.

martes, 28 de febrero de 2012

En vano.


Y qué sucede
si de pronto un día
te das cuenta de que todo es mentira,
y no sabes si meterte a loca
a puta
o a suicida,
o arrancarte el alma
y sentarte en una silla
y ya
medio gilipollas,
ver cómo pasa la vida
¿Usted qué haría...?
Belén Reyes


The Mosaic Floor by Ralph Heimans

Pretensión de escape por la salida de emergencia de la literatura.
Es inútil.

Nos encontramos por casualidad, nos reconocimos a pesar de los años.
Me tomó el brazo con delicadeza y caminamos hablando de esto y aquello, de sus hijos, de las coincidencias, del ayer, del paso del tiempo.
Fue un momento agradable y durante varios días estuve pensando en ella.

Madrid es una ciudad peculiar, después de años sin vernos, justo una semana después tropezamos en la misma calle.
Tomamos café en un bar cercano y descubrí que no había perdido aquel brillo en la mirada, la dulzura de su voz, lo interesante de su conversación.
Quedé prendado, intercambiamos los números de teléfono y nos citamos para el siguiente miércoles.

Esa misma semana empecé a escuchar voces y música. El amor me dejaba las manos vacías y una luz se apagaba y encendía en el paraíso. Mi vida era una isla de náufragos desorientados y el horizonte estaba detrás de la niebla púrpura.
Aquel día, a las once, me llamó diciendo que no podía acudir a la cita, que le había surgido un contratiempo. Me sugirió pasar por su despacho, estaría encantada de seguir nuestra conversación nostálgica. Acepté.

El despacho tenía una decoración escueta, muy personal, apenas una mesa, la biblioteca, tres cuadros, un diploma, un sofá y dos sillas. Me senté frente a ella y hablamos. Dijo que la relación con su marido era inexistente. Miró hacia la ventana y advertí una lágrima en su rostro. Le tomé las manos. Luego todo fue muy rápido. Corrimos las cortinas, nos abrazamos, nos quitamos la ropa, nos amamos apresuradamente sobre el sofá, indiferentes a los pasos que se escuchaban al otro lado de la puerta, en el pasillo. Después, ya vestidos, nos sentamos mirándonos sin hablar. Nos citamos para el miércoles siguiente.

¿Piensa usted en la muerte?
Sí.
¿A menudo?
Sí.

Estas cosas no ocurren, nunca, al menos a un tipo como yo. Algo se había movido en el pantano, ardían las libélulas en pleno vuelo y crecían árboles frutales en la distancia de calles de alquitrán y rocío. Comía rosas y me consumía en el tic tac del reloj en un rincón del jardín, el corazón en lo más negro del otoño, ahí, inerme y solitario, enlazado a la ciega nostalgia de haber sido, engalanado con ojeras y circunloquios, pasmado.

Llegué puntual a la cita. Apenas nos demoramos en saludos y caricias. Desnudos, abrazados, besándonos con avidez, como dos supervivientes del incendio de un barco en alta mar, con una enérgica ternura, así, inclínate, ven, gírate, palabras dulces, susurros, sí, gemidos, ella se dejaba llevar y los dos íbamos, flotando en el deseo, me gustaba, tanto, tanto.  

Tiene usted mucha imaginación.
Sí.
¿Se cree todo lo que escribe?
Sí.

Fueron varias semanas de citas clandestinas. En cada encuentro  la relación de nuestros cuerpos  era más atrevida, más extrema. Un día le sugerí que esperase en la habitación a oscuras, vestida solo con unos zapatos negros de largo tacón. Quizás lo había visto en alguna película. En un rincón se consumía una vela olorosa, las sombras flotaban en su rostro como un pájaro de vuelo desmedido. Fue un momento, me sentí como un animal que aúlla, creo que mordí su cuello delicado, que arañé su blanca espalda. Al terminar me dijo que ese era el último día. Me fui arrastrando los pies, sin mirar atrás, en silencio.

La esperanza plegó sus alas y nadé entre los lirios, los insectos y mi terapeuta, jadeé boca arriba en camas ajenas  y perdí la noción de la ida o la vuelta. La luna me miraba, perfumaba las noches disfrazadas. Untaba miel en las articulaciones y mi casa, mi vida quedó suspendida en una espera sentada en el cruce de caminos, los raíles mohosos, la estación clausurada.

¿Sueña con serpientes?
Sí.
¿Volvió alguna vez?
No.

Sigo con la dieta de ensaladas de quesos y lechuga, con la meticulosa medicación y la felicidad fue apenas un reflejo entre las oscuridades de las botellas y el frío, de la lluvia y una puerta siempre cerrada. El mar endurecido, inmenso, sin olas, como el cuadro de un pintor alucinado. Estoy sentado en un charco y es fría la nostalgia como la cuerda en mi garganta. 

¿Cómo se encuentra hoy? 
Mal.
¿Qué piensa hacer?
Escribir.



lunes, 27 de febrero de 2012

¿Edad?



El puro presente no es sino el fugitivo progreso del pasado royendo el futuro. A decir verdad, toda percepción ya es memoria. (Henri Bergson)

Solo la emoción vencía al miedo, una tan mujer, otro tan joven.

Me impacientaba por las calles cercanas mientras ella llegaba con la compra. Cuando sonaba el móvil –una sola llamada- sabía que podía subir. Nunca me crucé con ningún vecino, nadie me preguntó.

Temblaban los cristales, cantaban pájaros en el patio, se escuchaban pisadas en el rellano.-¿Nos quitamos la ropa?- y era el abrazo hambriento. Tendido sobre el rocío de su cuerpo el mundo era otro, fértil y húmedo, acogedor, inabarcable. Susurraba en mi oído palabras que no entendía, la cabeza se llenaba de deseo y calor, de tentaciones, de una marea de ternura que me dejaba sin fuerzas, aprisionado en su piel que era mía, convertido en esclavo de mis labios, de mis dedos, del ardor desmedido de amarla sin límites. Besaba mis párpados con una dulzura tal que aún con los ojos cerrados podía ver más allá del cuarto en penumbra dónde nos juntábamos, en silencio, en un milagro en el que todo era posible, bello, nuevo. La puerta era un límite entre la vida y aquello otro que eran los días inexpertos, mi novia, los libros, un trabajo provisional, mis amigos cegados por el humo, ginebra los viernes, quizás María.

Nunca tuve en cuenta la diferencia de edad, sólo podía pensar en su cuerpo, cada minuto, enajenado. No entendía nada en lo que no estuviera ella, ni el saludo amistoso de su marido, ni su relación con mis padres, ni que su hijo pequeño fuera mi alumno ocasional.

Fue ese hijo el que nos descubrió, una mañana de mayo, final de la historia, intenso drama familiar incluido.
Han pasado cinco años. Hoy la he vuelto a ver, nos hemos cruzado en el Arenal, caminaba con lentitud, no se ha fijado en mi. Me he acobardado, he pasado de largo, me ha parecido una mujer mayor, casi una anciana. Tampoco yo soy tan joven, me caso en septiembre.

Pero algo se ha movido en mi alma. Me he girado y desde Bidebarrieta la he buscado por las estrechas calles, entre los cantones, en la plaza de Santiago, por todo el Casco Viejo. Nada.

He vuelto a casa con un sabor amargo.

No puedo mirarme en el espejo.


domingo, 26 de febrero de 2012

Casa de verano.



Tus manos
siempre encuentran en mi piel
una senda inexplorada
para zarpar con rabiosa gana
a la apetecida boca
del relámpago carnal
tus manos
saben evadir la rutina
cuando las pienso
se humedece mi memoria
e impaciente las aguardo

(Dina Posada).




Acabamos de llegar a nuestra casa de verano. Las maletas todavía están sin abrir.

Apoyo mi mejilla en el cristal para pensar en él. Le imagino mirando al sauce triste frente a su ventana. Quisiera escribirle pero no se como hacerle llegar mis cartas.

Víctor me llama con cualquier pretexto, un libro que no encuentra en lo alto de la biblioteca, una sartén demasiado abajo en la cocina. Mi nieto pequeño llora, se ha caído junto a la valla. Mi hija le consuela con ternura. Juan, mi yerno, arregla las flores de la entrada.

Sola en mi cuarto pienso en él. Como antes, como siempre, prisionera a pesar del tiempo, del tiempo que no me queda, que no nos queda. Acaricio el borde del libro que me regaló, beso sus páginas. Evito el reflejo de los espejos. Evito a los otros.

Víctor me llama, un pesado mueble que quiere cambiar de sitio – ¿te parece bien ahí? -, unas tazas livianas que teme romper – ¿me ayudas? -. Y sé que no le gusta saberme sola en la habitación, ajena. Escucho la conversación de mi nieto mayor con los amigos que han venido a saludarle. Mi hija juega con el pequeño. Juan canta en el jardín. La televisión emite programas que no entiendo, habla de cosas que no me pertenecen.

Salgo al balcón para mirar pasar las nubes y sé que no son las mismas que las que dejé en el norte. Me ahogo aquí, voy a morirme de nostalgia.

Casi no he llegado y ya quiero volver.


sábado, 25 de febrero de 2012

Mirar el sábado





(Viridiana)


Jerry Schatzberg - Betty Pickering on Wall Street 1958


Gabor Szilasi 
 Budapest winter 1954




Ruth Orkin Man in rain 1950


Marcel Bovis


Martin Munkacsi

Henri Cartier-Bresson 


Robert Capa


Marlene Dietrich Photo by Milton Greene, 1952

viernes, 24 de febrero de 2012

Crítica bienintencionada a eLe.


Edward Steichen Wind Fire Therese Duncan on the Acropolis, 1921


Recibo a cobro revertido, divertido –es decir que he pagado yo- un paquete que contiene varios cuadernos de una escritora (¿?) que me presentaron recientemente en una fiesta parroquial (el motivo de mi asistencia al evento merecería una capítulo aparte, quizás lo cuente un día).

Me advirtió que no es profesional (de la literatura) y que solo le guía el afán de transmitir sus conocimientos, su esperanza, caridad y las hondas emociones que quiere compartir y repartir por el orbe. Con todo, me pidió parte de mi tiempo y de mi placer por/con la lectura para conocer/estudiar/criticar su extensa y variada producción. Las cervezas y yo dijimos que sí.

Man Ray Woman With Long Hair.


Varios días después.

Para los que no han leído su obra (es decir todos vosotros), empecemos diciendo que eLe es una gran escritora, fecunda, imaginativa, llena de inquietudes, arrolladora en el estilo de Carson McCullers (+ o -).

Su avanzada y noble edad, 29 años, le dan el punto preciso de madurez para abordar los variados temas que desarrolla con su audaz prosa. Bien que se nota en ellos su experiencia de vida, su riqueza interior, su dinámico ejemplo (!!).

El recurrir a sus antiguos textos de adolescencia no hace sino reafirmar la persistencia en sus convicciones; la validez de las mismas a través de los años; la intemporalidad de una fe en el ser humano rayando en lo apocalíptico; de un amor hacia los semejantes que se adapten a su tipología; incluso una sutil tolerancia hacia aquellos qué, pobres, no piensen como ella (si es que hay alguno, que no creo).

Es admirable su afán. Después de semanas laborales de 60 horas, marido, hijos pequeños, rosarios, misas vespertinas, perros que piensan y perdonan, futuras recién casadas que se caen de las motos, hablar, reparar con las manos cercas de dos metros de alto y besar con el corazón a todo lo que se menea, todavía tiene tiempo, energía, interés, capacidad para escribir sus dulces consejos al género humano, sus ingeniosas recetas tipo Cómo ser feliz en cuatro días, aunque llueva, o el best seller No seas cenizo, hombre.  

Me gusta, como no, esa endiablada (uy, perdón) capacidad que tiene para conjugar lo que en otros pudiera parecer un tono cursi, almibarado, ñoño, del siglo XX, con el elegante saber hacer de su moralidad  sin medida, ejemplar, de su capacidad para la fábula con moraleja, como Iriarte, como Esopo. Con qué ingenio de maestra de la escritura desliza con continuos guiños en su discurso de orfebre  delicado su presunta pertenencia a la secta de los elegidos, de los tocados con la gracia del cielo sin nubes. Y apenas se nota ¡cuanta sapiencia y elegancia en su voz tronante!

Obama, el espíritu errante de Juan Pablo I, Gandhi, la Madre Teresa de Calcuta, el zar de Rusia, María Sarmiento, Mortadelo, Joaquín Mallorquí, Leticia Sabater, Rasputín,  Bill Clinton,  la becaria aquella, Manolo el del bombo, Agustina de Aragón, Corín Tellado (maestra, amiga), Julio Iglesias, Sergio Ramos, la abeja Maya, Marcial Lafuente Estefanía, Mourinho, tantos y tantos ilustres personajes, precursores,  se dan cita en sus palabras cálidas, hermosas, llenas de vida, de confianza en el futuro, de fuerza sin medida, para que todos nosotros, pobres catecúmenos sin luz, caigamos del caballo, como Saulo.

De su mano fraterna, directora ejemplar, besucona bienintencionada, lider con la antorcha a gas butano, caminemos sin desmayo por los páramos del haber podido vivir hasta ahora sin haberle conocido, tras su estela de espumas, oh, consejera magnífica. Abrazados a su carro ígneo, chapoteamos en la iniquidad de este lodazal que es su ausencia, para poder llegar a la perfección del ser, incluso del estar de su doctrina.

Me libero de mis antiguas convicciones. Todo me sobra ya. Le regalo -soy así-  mis mejores bosques extremeños para que se pierda en ellos, para que  en su paz escuche los pajarillos, contemple a las hermanas bestias depredadoras, huela las flores de la noche, se apacigüe en su sombra protectora.

Desnudo como un recién nacido inclino mi frente, me baño en ceniza,  me cambio el cilicio, con golpes de pecho reniego de mi pasado y abrazo esa causa. Va desde aquí esta emocionada admiración que alcanza, casi, la idolatría. Loor a eLe.

Aunque sé que no soy digno.

Amén.


Mi consejo privado (ahora público) es: publica, eLe, publica, quizás las ventas no estén aseguradas pero eso es lo de menos. Comparte ese corazón tan grande, esa entrega a la humanidad. Escribes regular, pero eres un ejemplo de frescura, de apaisada desfachatez, de honesta exposición de lo que hay ahí. Transmite mis respetos a D. José María (un día de estos pasaré a pagar lo que rompí)


P. D : Cualquier parecido con la ficción es pura realidad.

P.D. 2: no han vuelto a invitarme en la parroquia.






jueves, 23 de febrero de 2012

Cita a ciegas

Oh bella mujer, sorda a rumores y abrazos, ausente de eventos y circunstancias ajenas a tu propia circunstancia.

Las liras de Éfeso se atemperan en un canto de ceremonia a tu mirada, a los intervalos entre el sí o el no.

¿De qué caprichos de tu alma esquiva dependen?, ¿de qué eclipse o catástrofe?, ¿de qué conjuro de dioses sin armonizar? 

Tiende tus brazos al albur y descarta vientos o soles, nubes negras o aleteo de águilas, lánzate al quizás, al acaso, a los signos con tiza en las esquinas, a los nombres prohibidos, a la mano que borra escarabajos de oro pintados en las paredes de tu morada.

Atiende mis requerimientos y antes que cante el gallo deja señales en los cruces, huesos de liebre en los alares del templo de Júpiter, el escudo de un guerrero en los portales marmóreos donde el viento gira.

Alborota tus melosos cabellos, recógete la túnica, abre ventanas al deseo de este cantor a oscuras, temeroso, con los pies en el tedio y la ceniza, con las lívidas ideas que flotan en las sienes, un congrio helado en un mar de lágrimas, los muslos desgarrados en el coral de tu no constante, la garra roja del poema como una batalla para rendirte, oh invicta, que despliego la palabra como flechas o fábulas ignorando tercamente la muralla de tus pupilas, el engaño azul de la música y el juicio de las comadres.

Sea esta súplica rendición, condena, mi frente rozando el suelo que pisas, tan lejos, en la defensa a ultranza de mis acechanzas.

Perdona, que tengo el iPad sin batería, ¿a qué hora has dicho que sale el avión?



miércoles, 22 de febrero de 2012

Como impulsar la creatividad un día cualquiera.

torre Iberdrola-Jesus Carbajo

Palacio de Euskalduna. Con el nudo de la corbata bien derecho presentar la identificación con su código de barras a la sonrisa de las azafatas. Bluup. Hablan las autoridades, tan serios, tan cercanos en su ausencia. La importancia de las personas en el rendimiento de la compañía y la dama se mueve en su elemento por el escenario rubio o quizás ella es rubia y el fotógrafo es amigo y no para de -click, click- inmortalizar nuestra presencia en tan magno acto. Invertir en formación es apostar por aumentar la rentabilidad: equipos mejor formados, equipos más productivos y los primeros bostezos empiezan aquí y allí, de la fila veinte a las del fondo. Digitalizarse o morir. Nadie quiere digitalizarse, ni siquiera afiliarse a un sindicato en esta mañana tan fría, tan temprano, tan azul en la que los Reyes llegarán en helicóptero para inaugurar la Torre Iberdrola, aquí al lado, 200 millones de euros, un símbolo de la energía y justo entonces aparece el elefante, vuela en círculos sobre mi coronilla. No es el típico elefante blando de dibujos animados, no, es un paquidermo fiero, de largos colmillos y orejas pequeñas, barrita con energía aunque los espectadores de alrededor parece no darse cuenta. Todos hablan de la nube, pero esta vez la nube te hablará de cómo potenciar tu negocio y el enorme bicho se ha sentado a mi lado, ocupa varios asientos, espachurra a los vecinos y hablamos de esa nana desgarradora que dejé ayer y que nadie ha escuchado. Normal, es lo que tiene la nube, estar en la nube, creer que dejar un texto cualquiera en esta esquina puede significar otra cosa que mi absurda terapia ya que reinventarse es la clave de cualquier negocio: nuevos tiempos, nuevas soluciones. Es tan iluso como cierto que mañana también estaré*, excepto muerte súbita, virus informático o exceso de inflamación de glándulas, que los bostezos se generalizan y la presunta reunión para Pymes es en realidad una concentración de personajes que quieren vender a Pymes y el elefante acaba de enroscar su trompa alrededor del alcalde con su traje gris que se coloca derecha, bien,  la boina no vaya a salir borroso en las fotos de mi amigo antes músico de rock y ahora fotógrafo que hay que comer, señores, que la vida es dura, señoras, la comunicación, tu mejor aliado, para vender más, multiplicando el beneficio de tu compañía que la cuestión aquí y en Pekín es que todos venden y nadie compra, que todos escribimos y nadie lee, que para una cosa se necesita carnet, ni siquiera producto y para la otra se necesita tiempo y gusto y vista y olfato como el proboscidio que defeca abundantemente sobre las fuerzas vivas y estas no se enteran, acostumbradas al insulto a ellas mismas, a sus santas madres y a su descendencia, que el animal (perdón) no repara en respetos a urnas y democracias orgánicas, que sus propios órganos se revelan y quizás tomar las decisiones acertadas en el momento oportuno, clave del éxito empresarial y a estas alturas de las intervenciones solo sabemos que la vida es breve y que con la oscuridad de la sala aproximadamente el 83,78% de los asistentes se ha dormido y cada uno sueña en sus cosas, que suelen ser las mismas, que ya me he acomodado junto a la curva marfileña del coloso gris y le cuento lo de María (no la virgen, no, la morenita que os dije) y de pronto se encienden las luces, muchas gracias por su asistencia  y es hora de ir a comer. Me monto en el elefante y salgo con dificultad por las puertas acristaladas, el Rey ya habrá cortado la cinta, imagino.



martes, 21 de febrero de 2012

Tiempo normal



El muerto estaba en un cruce de caminos; no llevaba uniforme; tenía la cabeza destrozada; su sangre se había secado en el polvo. Nuestro perro ladraba y corría arriba y abajo por el prado. Juan lloraba y Susana nos abrazó. Me gustaba el olor de Susana, tenía unos pocos años más que nosotros y su cara era como la de una virgen de misal.

Para alejarnos de la ciudad, nuestra madre nos llevó al caserío del abuelo y nos dejó al cargo de los guardeses. Apartándonos de las calles pretendía ponernos a salvo de los saqueos, de la violencia y de la brutalidad de la guerra en la capital.

Nuestra habitación estaba sobre el establo. En una esquina, por un agujero entre las maderas del suelo podíamos ver las vacas, los bueyes, resignados, casi inmóviles, a veces mugían y nos despertaban. También nos despertaba el canto del búho, los chillidos de los cerdos y los pasos en el altillo. Hacía frío y hasta la incómoda y ruidosa cama de muelles nos llegaba el fuerte olor de los animales. Juan añoraba a mamá y no entendía por qué nos habían dejado solos. De nuestro padre no hablábamos nunca. Los asalariados nos ignoraban: el hombre pasaba el día en el monte; la mujer, siempre seria, tosía entre el alboroto de las gallinas; era su hija Susana la que nos cuidaba y preparaba la comida, la acompañábamos cuando llevaba a pastar a las vacas.

Los días eran largos y aburridos. Nos daba miedo el bosque, la oscuridad, el graznido de los aguiluchos, los conejos, el gallo grande, bajar al prado junto al arroyo, el barbudo vecino de la casona en la hondonada y las sombras de los árboles detrás del granero. Sobre todo temíamos al hombre que venía a veces a cortar leña; procurábamos no tener ninguna relación con él, un individuo mal encarado que una mañana me riñó porque me había subido a un manzano, blasfemaba y dijo no sé qué sobre los niños ricos.

El grupo de hombres armados caminaba hacia la cantera, gritaban. Susana nos escondió detrás de unas zarzas y allí estuvimos tumbados mucho tiempo, con la cara entre la hierba, atemorizados. Entre temblores, sentí algo especial con la mano de ella en mi cabeza.

Sentados junto a la fuente, mientras los animales abrevaban, vimos pasar varios aviones en dirección norte. Susana no sabía lo que era el norte y se lo expliqué. A cambio ella nos habló de cómo orientarse en la oscuridad siguiendo las estrellas. Esa noche, asomados a la ventana, a lo lejos, desde detrás de las montañas nos llegó el resplandor de los bombardeos sobre nuestra ciudad. Nos dormimos muy alterados.

De madrugada me despertaron unos sonidos que no podía reconocer. Me tumbé junto a la pared y por el agujero del suelo miré entre las maderas. En la oscuridad, sobre un montón de paja seca y hierba cortada, distinguí unas piernas blancas, abiertas, desnudas. Después pude escuchar unas palabras groseras del leñador mientras se acercaba y pude ver sus nalgas moviéndose arriba y abajo sobre los gemidos y las risas nerviosas de ella; el hombre, al cabo de un rato, soltó una imprecación y quedó quieto sobre Susana que miraba al techo con ojos tristes. Estoy seguro que ella pudo verme.

A la mañana dije que me encontraba mal y me quedé en la habitación, no subí a los pastos. Desde entonces los días fueron aún más largos y más tristes. No volví a hablar con Susana. El sábado siguiente, nuestra madre vino a buscarnos y un tren lento nos llevó hasta Barcelona, donde vivían los abuelos.

Han pasado tantos años y aún recuerdo aquella madrugada y la mirada de Susana cruzándose con la mía.
Y además perdimos la guerra.





lunes, 20 de febrero de 2012

Carta del amante impío




Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo.
(
Borges)

Impío, arrancando la piedra herida por el rayo, comienzo a golpearme el corazón, dudando entre saltar a un hoyo, al volcán, o romper la lira de Anfión para que cada frase sea una selva, cada palabra una bestia rabiosa, cada perfume rancio un motivo de desprecio y aún así, purgándome la bilis en su otoño, solazándome en mi canto en elodio, para ella, sin requerir sus alabanzas, ni el aplauso del coro de labradores, ni la aprobación de los invisibles pero ruidosos coturnos del anfiteatro, alborotando la esperanza de escuchar las flautas, el ladrido de los perros, de ver las golondrinas del verano, las frutas con que adorna su cabeza, llena de rencores, de cólera, de maquinaciones en el muelle mientras espera mi regreso sin saber que no vuelve aquel que no se ha ido, ignorando que hasta las estatuas de bronce conocen su virtud perdida, mi odio insensato y el desprecio que esgrimo como abubillas que pican su rostro, como lobos furiosos acosándola en el bosque en el que perdimos la esperanza de mañana, la mirada oscura entre las viñas, la piedad de acuchillarla por la espalda para no ver sus ojos, nunca más, sus ojos de nieve, codiciosos, mirando ahora las olas y el tiburón que gira, el gesto de olvidar, bajo las aguas, la traición, el fango de su nombre odiado mientras me alimento de achicoria y uvas, vago entre los hombres escépticos, me abraso en el incendio de no vivir entre sus brazos de leche y tortura, orino en su recuerdo y lanzo a todos los vientos las cenizas de nuestro amor arrasado.
Maldigo su nombre, una vez más. Que así sea.


domingo, 19 de febrero de 2012

La finitud de Charles Robert Darwin.

Praga está un poco sombría. No ha llegado ninguna carta. El corazón está un poco oprimido. Es imposible que llegue una carta ya, pero cómo explicárselo al corazón. (Kafka)



Josephine Baker Performing in New York City After a 25-year Absence, 1950

Cordura, el cronómetro se ha puesto en marcha, class, demencia, esa noche K se duerme serio y despierta convertido en un playmobil, la sonrisa pintada, un personaje que mueve brazos y piernas, no más, un muñeco de plástico en el fondo de una caja amarilla de juguetes en el altillo del armario de la niña que ahora clava agujas de hacer calceta en el cojín bordado a punto de cruz con una cara que tiene un aire al adusto rostro del adulto que se reflejó un instante en el espejo -pufff, respirar y F3- no el de ahora, no, Homer inconsciente comiendo donuts, aparcando su coche junto a la boca de riego, torpe hombre que ríe mientras bracea en un río de aguas verdes con sirenas que se inventa -pobrecito, si las viera, con las escamosas colas como espadas- géiser de los últimos días de febrero, fragor de enanos en fábricas subcutáneas de dolor de cabeza, martillos en las sienes, bichos parasitarios mordisqueando las terminaciones nerviosas, amigándose con virus y espías en mi ordenador tomado en el último asalto y el puma plus nos mira amenazador, un ápice faltó, un casi nada y el amor era esto, Schönberg y la belleza insoportable del anhelo llenando cada hueco del alma, un yo que era nosotros hasta el Ctrl.+Alt+Sup, todo se detiene, dream, dream, sueña conmigo, reina blanca, el despertador se ha descompuesto, F1, ayuda. Ya es domingo. ¿O no?


Y del confín
del sexo llegan viejas demandas.
Contra lo oscuro fracasa el yo.

(Rilke)

sábado, 18 de febrero de 2012

Perttu Saksa


¿Podría usted describir en pocas palabras qué sensación le produce esta fotografía de Perttu Saksa?


Rembrandt mirando el sábado




Heinrich Kühn Miss Mary and Edeltrude at the Hill Crest, c1910.



Nuns in New York City, 1946


Albert Joseph Moore, Red Berries (detail)


Hansjurgen Bauer ODELISQUE



viernes, 17 de febrero de 2012

El ombligo en el escenario.

Si no puedes agradar a todos con tus méritos y tu arte, agrada a pocos. Agradar a muchos es malo. (Schiller)


Es una trampa.
Creer que esto sirve para otra cosa que para lo que te sirve es absurdo.
Todo empieza en uno mismo y es ahí donde termina.
En la propia satisfacción, el espejo, eso que has dicho eres.
Ese eres.
Y si te maquillas que lo sepas.

Estoy de acuerdo en que los “me gusta” de facebook ayudan, no demasiado, no me lo creo, no hay crítica, todo es soft, todo amable, de una corrección increíble.
Las estadísticas de los blogs, las entradas, las salidas, los que vienen, los que van, los que dicen, toda la parafernalia de números, no, no es del todo exacto. Ese decorado simplemente oculta la realidad, estamos desnudos en un escenario. Lástima que el teatro está vacío, no se vende ni una entrada, los aplausos están grabados, está vacía hasta la concha del apuntador. Y no.

Que esto es una noria donde se repiten historias, argumentos, modas, instantes, no hay novedad, se confunde la calidad con la caridad. Esto es un ombligo gigantesco que se come todo lo que se pone por delante, un ombligo monstruoso que se alimenta del Sí.

Cualquiera sale del rebaño, qué miedo, ay.
No se puede comentar: “señor, eso que ha escrito es una porquería, no hay por dónde cogerlo”. Puff, peligro.
Mucho menos expresar que “ señora, es usted de un cursi que tira de espaldas”. Te lapidan.

Es cierto, todo esto viene bien para la Autoestima. “Mi poema ha tenido quince comentarios”, solo he entendido dos pero creo que eran favorables, ¿les habrá gustado?, ¿podré escribir un libro?, ¿escribo mejor que María?, mi madre dice que sí. ¿Es buena la ausencia de crítica?, ¿es comodidad?, ¿realmente a alguien le importa?, ¿quién puede establecer los criterios?, ¿quién determina lo bueno de lo malo?, ¿existe el mal?, ¿la bruja Avería existió?, ¿somos una unidad de destino en lo universal?, ¿qué somos?

Pues eso, lo único que está claro es que somos muchos, que dedicamos tiempo, ilusión, esfuerzo, que nos copiamos y pegamos pedazos de la mente y el corazón, desde ilusiones  y recuerdos hasta traumas y decepciones, incluso imaginación.
Tampoco es para echar las campanas al vuelo, no vienen feligreses, cada uno en su propia iglesia, a nadie le importa nada más que lo suyo.
No hay Mesías, eso es lo bueno, esta es la absoluta igualdad, la misma talla, los mismos derechos, agrupémonos todos, señoras y señores esta es una democracia perfecta, todos pensamos, todos sentimos, todos somos guapos y anónimos, no hay edades, no roncamos, vivan las redes sociales y el padre supremo que las inventó.

No tengo ni idea de nada, solo quiero decir NO, tampoco sé a qué, pero NO.
NO, que quede claro.
A la salida te espero.

(Imprescindible leerlo con humor, también)  


Gilles Caron Student riots, Rue Saint-Jacques, Paris, May 1968.

jueves, 16 de febrero de 2012

Un poema de invierno

































Un poema,
quiero escribir un poema de invierno,
hablo y me invento este parlamento atropellado desde un mirar de gavilanes,
colgado cabeza abajo de un puente sobre un paisaje ciego y sentimental,
hablo y cuento para que no llenen mis palabras las arcas aburridas,
quiero escribir este poema pero los poetas están en conciliábulo,
reunidos en una esquina rimando y discutiendo,
no me hacen caso,
les pido una frase sobre la aurora,
sobre las lágrimas del pelícano,
sobre buques partiendo de muelles convertidos en alamedas,
ni me miran,
siguen buscando palabras como incendios,
frases estremecidas,
iluminadas,
propagándose en rumores,
consumándose en temblores,
placer de atrapar una mirada atenta,
retorciéndose las manos con suspiros,
los que busco,
una mirada en un habitación iluminada por velas,
ella recostada sobre la cama que ocupa el centro,
mi poema como algo que no es,
como algo que no sabré dibujar,
mi cabeza en un túnel,
al extremo de una canción griega que no entiendo,
que habla de caricias entre mujeres,
laguna sensual en una voz ronca y sin embargo clara como una cascada,
excitante brazo desnudo que levanta la sábana y descubre el mundo,
mi memoria se convierte en piedra,
se despiertan vientos de magnolias y jaulas,
mi poema no será nunca un poema hasta que no me quite la venda de los ojos y me acerque a la verdad,
delicado como un acróbata,
como un equilibrista avanzando por el cable de acero de mi deseo,
un cuerpo insinuado a los puntos cardinales,
sin norte,
sin este,
sin oeste,
solo el sur de su sexo,
bebiéndome el rocío de sus muslos,
deslizándose mis dedos por el aire manchado de gemidos rojos,
ven,
me decían y quiero llevar el himno del hambre,
de mi ansiedad desde el cenit al nadir,
de mis manos acostumbradas a modelar la soledad de las noches sin ella,
de la agonía sin ella,
resbalando en estrellas que murieron hace siglos,
bordando amaneceres a su lado,
con cantos de pájaros desconocidos rompiendo la mañana,
con una espalda sudorosa acunada en mi pecho,
con nuestros destinos atrapados por cadenas que nos impedían subir a respirar el aire sobre la tinta del mar de jibiones,
el mar de Elantxobe,
olas como tarjetas postales,
rincones bajo la roca donde no cae la lluvia,
barcos anclados,
marineros jugando al mus en la taberna de Ramón,
con sirenas pintadas en los brazos,
con blasfemias saliendo por las ventanas que dan al puerto,
peces hirviendo en la pleamar de la madrugada cuando todos duermen,
ella y yo amándonos en la habitación junto al frontón,
con cuadros de dirigibles alemanes y las velas consumiéndose,
la gramola con discos que compré en Florencia y tangos que canta Goyeneche,
cubrir su cuerpo con pañuelos de seda,
besar cada flor pintada en ellos,
acariciar su espalda,
sus cicatrices de amores perdidos,
invisibles tatuajes en el alma de los hombres que la hirieron,
mutaciones de exaltación,
besar sus pies de escamas,
lamer su cuello como un caballo excitado,
prisionero en su ombligo,
en el hueco de su nombre,
no sé cómo se llama,
digo ella y escribo este poema de invierno que nunca será,
que no es,
que no sé,
que perdí la voz en despedidas azules,
la verdad,
que decía verde y era verde y ahora digo aurora y llueve,
digo manzana y las palabras se rompen en jirones,
apenas sostenidas por bramantes dorados,
geografía de su boca que puedo dibujar en el aire con los ojos cerrados,
puedo coser las líneas de sus caderas como si fuera el contorno de la isla donde busco a Viernes,
beber licores de frases y verterlas en su boca abierta,
ansiosa,
su lengua en mi lengua con alcohol,
ordenarle que abra las piernas,
frase ritual,
enérgica,
aprisionar su cuerpo pintado a lápiz,
tomar su rostro entre mis manos,
decirle altares y casullas,
palabras sucias y dientes mordiendo la blancura de sus hombros,
sus labios finos como una equivocación,
entrar en ella,
esclavo vertiginoso,
braceando en el cauce entre sus muslos que me atan y me atraen,
que me aprisionan con ternuras hasta que el deseo es tan intenso que deliro,
soy un animal ahíto de gemidos,
veo en ella una diosa,
la más alta criatura,
un milagro arrodillado,
que se tumba y me turba,
que se inclina,
que me succiona y besa,
que se vuelve doncel,
que se ofrece,
pide,
ruega,
exige,
otra vez,
aquí,
sin reposo,
que señala,
que dirige,
que toma mis sienes y me rompe la cabeza en tres pedazos,
que no me importa ya que lea este poema
que teja rayos de maldiciones sobre el recuerdo de mi garganta con su nombre atravesado,
nombre que he olvidado,
que he borrado de las paredes,
de los mármoles,
tiro una a una las columnas,
tiré el templo,
no miro atrás,
sobrina de Lot,
puedo ya sentarme en el sepulcro y pintarlos de plegarias a los vivos,
a los que corren conmigo en las riberas,
compañeros acuáticos,
nadadores de piscinas abiertas al recuerdo adolescente,
mi padre nunca venía a verme,
bañadores ceñidos,
me gustaba más el pliegue junto al ombligo que las marcas en cien metros,
los record,
imán de cuerpos mojados,  
tablero de un ajedrez donde siempre gana la muerte,
esfuerzos inútiles por saber,
saltos desde un tablero que se borra y ya no hay reglas,
paracaidistas ametrallados antes de llegar al suelo,
pasillos con candelabros y camino descalzo junto a príncipes agrícolas,
labriegos sabios disfrazados de magos,
pensamientos colgados de un cuerno de la luna,
caer por un acantilado de rocas transparentes,
un cable que lleve electricidad hasta la arena,
entre caracolas y estampas de vírgenes mojadas por la pleamar,
regueros de sangre,
idiomas olvidados,
barcos hundidos frente a la isla,
ancianos desmemoriados,
digo poema y digo no puedo,
digo poema y digo cabalgata de frases como rosas blancas esparcidas en las cabelleras de vírgenes sacrificadas en el altar de la conveniencia,
huérfanas vendiendo cerillas en los portales de mi voz de hombre,
me besas ¿me quieres?,
no era eso,
no lo era,
alambres de dedos poco hábiles,
la hija de la panadera,
la sobrina de la portera del doce,
la hermana del gordo Juan,
golondrinas en llamas,
colchones en el cuarto de atrás,
boxeadores que murieron en África,
hermosura de las nostalgias arrastrándose como toros majestuosos después de la pica,
galopando como corceles con sudor en el lomo,
con espuma en los belfos,
con mi garganta herida de gritar en dialectos nuevos el nombre imposible,
el que he olvidado,
botellas de vino enfriándose en la ventana para cualquier celebración imprevista,
paraguas defendiéndonos del sol que no calienta,
cerebros girando en el ojo de un huracán,
un termómetro de mercurio en la axila,
enfermo por comer tantas cebollas,
todos los secretos guardados bajo la barba blanca que define al pastor herido junto al abrevadero,
vacas agitándose en el arroyo helado,
bueyes escépticos conversando con astrónomos,
los recuerdos atropellados en un almacén con las puertas descerrajadas,
fatiga en los párpados,
un planeta escribiendo nuestro destino,
perdiéndose después en los archivos del nigromante siniestro,
las amigas -las amigas de mis amigas no son mis amigas- echando sal en mis campos,
la enfermera amaestrando vendajes en el alma mientras el diluvio nos obliga a construir un arca nueva,
más grande,
inmensa,
no caben tantas emociones,
se ahogarán sin remedio,
no caben las monedas falsas,
los sentimientos equivocados,
los amores que no fueron y se pierden como estelas en el amanecer del abra,
paseos románticos junto al abismo,
aquel perro negro que nos impedía pasar,
no ladraba,
nos miraba con ojos de fuego y rencor,
una mirada siniestra como la de un diablo hirviendo entre cazadores extraviados,
pájaros con el pecho rojo
¿cómo escribir un poema?
¿cómo sacarlo de mi alma llena de preguntas?
mi poema imposible,
el que nunca escribiré,
abrir el silo de agravios,
rebaño de gacelas sensibles saltando entre las zarzas,
vendimia apresurada en las viñas de lo que era,
del orgasmo de anoche como un astro colgando en un cielo nuevo,
cosecha de ternuras,
lavar mis manos impuras en la mirada que perdona,
con jazmines en el balcón perfumando las noches de Bilbao,
explorador entre el campo de espigas de lo imposible,
recolectando un amor sin testigos,
ocultos,
escondidos,
tumbados entre la mesa y la ventana cerrada a los murmullos del patio,
a los ladridos del parque,
a los párpados de la mañana,
se me ha cerrado el pecho,
se me ha cerrado,
ha muerto mi poema,
ha muerto y son vanos los esfuerzos para insuflar vida a estos versos tristes,
suspiros y relámpagos,
aerolitos que dibujó en el cielo el dedo de un dios ahora dormido,
este poema es una fuga,
es huir sin testigos benevolentes,
correr hasta donde la tierra se acaba y comienza la nada,
ahora que acabo entiendo que esto es también una queja,
un ejercicio diestro con el bisturí,
una oración,
meses agitados que se posan en un tonel y respiran,
un agujero en el pecho,
una cuchillada en el vientre,
estar otra vez desnudo en el borde de un intento,
un rebaño de bocas hinchadas de besos,
un meteoro que se estrella en la pared,
ay,
la poesía estaba antes que este poema de invierno que no sé terminar,
que releo y veo que me quito la camisa y se me marcan los huesos,
no el alma,
que me pierdo en preciosismos y no digo,
que me miento,
que no grito,
que es un juego de luces,
un engaño,
un querer y no saber,
un artilugio,
un intento fallido con juguetes,
con mentiras que me creo de tanto repetirlas,
vaho en espejo,
cortinajes,
reflejos en el agua turbia,
impotencia,
carrera absurda,
pueril orgullo,
pavos reales,
laberinto de ideas contrapuestas,
soplar el candil,
que nada cambie,
refugiarme en lo que sé,
no asumir riesgos,
continuar sentado en lo cómodo,
dejar los cajones cerrados,
tener miedo,
en fin,
brujulear por no enfrentarme,
por no mirarme a los ojos y hasta aquí,
otro día,
otro,
el tiempo pasa,
quizás haga falta morir para estar vivo,
todo está dicho,
 ser o no ser
¿ves?
no hay nada nuevo,
se ha roto mi poema y no sé seguir,
se ha roto,
es hora de empezar el final,
aquí,
en la espera
¿de qué?
¿de quién? 
Quiero escribir un poema de invierno.
































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