miércoles, 20 de febrero de 2013

Richard Harris (1930 -2002).


-Soy culpable, soy absolutamente culpable de todo lo que haya sido acusado (…) Y si tuviera que vivir de nuevo, lo haría todo exactamente de la misma manera. (Richard Harris




Richard Harris (1930 -2002).
Seguro que le recordaréis.
Sí, el de “Un hombre llamado caballo”.
Comenzó en el cine como actor secundario para después conseguir importantes éxitos como protagonista principal.
Incluso en 1972 dirigió Bloomfield y también la interpretó junto a Rommy Schneider.
De esta película, que tuvo críticas diversas, quiero hablar.
Interpreta a un jugador de fútbol en decadencia que no se resigna a dejar ese deporte. Su capacidad física va disminuyendo y desde la grada le increpan pero él, terco, sigue.
Ni siquiera recuerdo haberla visto.
No sé si en esa fecha entendía esa problemática.
La de ya no ser.
O ser otro.
El que eres.



Cantante, poeta, director de teatro frustrado, con su vaga semejanza a un joven Kirk Douglas, vino a Inglaterra en tiempos en que los irlandeses eran tratados con displicencia. Se rompió la nariz nueve veces, la última contra el parabrisas de un coche. Un cirujano logró reconstruirla con un fragmento de su cadera (palabras del propio Harris). “Cuando una mujer me besa en la nariz, no sabe lo cerca que está de… ”. Traicionó sus líneas en una obra de McBeth por cobrarse a modo de venganza la ofensa de haber sido machacado en los ensayos a causa de su acento “no inglés” (después de su travesura llamó a un taxi mientras salía a la carrera, sin esperar a que hubiera bajado el telón). Recibió el favor de los críticos con su explosiva interpretación de El ingenuo salvaje o This Sporting Life (Lindsay Anderson, 1963) donde dejaba aflorar su carácter pendenciero. Trabajó con Antonioni en su primera película a color; se ganó la enemistad de Brando en Rebelión a bordo (Lewis Milestone yCarol Reed, 1962); en Cromwell (Ken Hughes, 1970) gritaba más que nadie que conspirar contra el rey era traición y luego, con la misma vehemencia, promovía radicalmente su descabezamiento; con Un hombre llamado Caballo (Elliot Silverstein, 1970) presenciamos el primer piercing en los pechos demostrando con ello que las sociedades de todos los tiempos, con el fin de aceptarnos, nos obliga a pasar por una serie de torturas disfrazados de ritos. Hacía de rey cornudo en Camelot (Marty Callner, 1982) y de rey moribundo en Robin y Marian (Richard Lester, 1976). En Juego de Patriotas (Philip Noyce, 1992) apenas sale unos minutos y se lleva el gato al agua porque sus apariciones suponen una inyección indispensable de buen combustible irlandés. Junto a Peter O´Toole y Richard Burton formaban la trinidad pagana del alcohol y la pasión por el rugby, irrumpían en los platós de televisión haciendo gala de un comportamiento errático y se repartían el protagonismo de las portadas de la prensa amarilla por sus disparates y arrestos.

( http://eltornillodeklaus.com/2012/09/10/richard-harris/) )


Sé que ahora quiero escuchar los ruiseñores aunque no sepa distinguirlos de los jilgueros o los petirrojos.
Quiero caminar desde detrás de los Pirineos hasta donde el sol muere en el mar.
Ver el brillo de las estrellas que el resplandor hueco de la ciudad nos niega.
Reposar en silencio envuelto en el humo de una hoguera.
Cambiarme la camisa de la rutina, o desnudarme, reflejarme en los ríos fríos.
Dar de comer a los cisnes, comprender la huida de las salamandras, intentar entender el vuelo de un aguilucho.
Salir de la rueda de lo conocido.
Caminar, lejos, solo.
No sé si Richard Harris, además de cine y poemas hizo esto alguna vez.
Seguro que sí.



Una de sus más célebres anécdotas, lo sitúa en los bares más afamados de Dublín, dos semanas después de haberle dicho a Elizabeth Rees, su primera esposa, que salía a comprar un papel (según qué versiones, el papel era una cerveza antes de la cena o un paseo por las tiendas) estando los dos en su casa de Londres. Durante todo el tiempo de su repentina ausencia olvidó informar a su mujer. El tiempo pasó en un abrir y cerrar de ojos soplando la espuma de las jarras. El hermano de Harris le telefoneó con urgencia: “Tienes que volver”. “¿Sí? ¿Por qué?” “Elizabeth se va a divorciar de ti”. “¿Elizabeth? ¡No! ¡Nunca!” “Sí, esta vez es de verdad, ha contactado con un abogado y todo”. Harris pensó: ¡Oh, Dios mío! Y se apresuró a coger el primer avión de vuelta. En la acera de enfrente de su casa, se detuvo bajo la luz del dormitorio proyectada hacia fuera, preguntándose qué iba a poder decirle, a sabiendas de que todo estaba perdido. Llamó al timbre de la puerta, de la forma festiva que solía hacer (Harris no tenía llaves, no lo tenía permitido porque siempre terminaba perdiéndolas o dándoselas a un extraño). Por las escaleras fue descendiendo la forma femenina de su mujer, con una expresión pétrea de disgusto en el semblante. Y Harris se la quedó mirando, haciendo acopio de todo el ingenio que pudo reunir, para finalmente espetarle: “Pero, cariño, ¿por qué no pagaste el rescate?” Y de esta forma se salió con la suya, al menos esa vez. 

( http://eltornillodeklaus.com/2012/09/10/richard-harris/) )

Esto de hoy intenta dos cosas.
Una/ homenajear al personaje actor e interesarte por la persona.
Dos/ dejar piedras en el camino por si debo regresar.

Quizás tres, no puedo dejar este rincón aunque sé que no es, no es.
Brrrrrr.


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