lunes, 15 de abril de 2013

Lo que sé.



El gobernador no prohibía los carnavales y en marzo volvíamos disfrazados, no sé, de quién no éramos, de cantante resfriado o de pirómano, de Keith Moon, de pordiosero, de recaudador de impuestos, de vigilante de papeleras.
Nos dormíamos por las esquinas sin viento pero interpretábamos aquel sopor como un enigma.

 Con Vinicius queríamos que todo aquello fuera infinito mientras durase.

Llegó abril y la letra maldita se me quedó en la punta de la lengua y no, ya no las sutiles posturas de pupilas, el milagro de los cuerpos poéticos y decirlo bien, deslizar el pulgar por su humana geografía hasta detenernos en el luminoso punto en el que la vida se convertía en la vida. 

Nadie contó desde entonces los días de soledad, es un mes con hambre de rimar ladridos.

Mayo vendrá con el golpeteo de las contraventanas que ocultarán la luna y la esperanza.

A nadie le importará.

Porque entonces llegarán los generales y el subir y bajar del telón de la libertad. Se cerrarán las fronteras al tráfico y al tránsito, se prohibirán los disfraces, todos seremos quién debemos ser, pintarán el aire de gris, morirán los girasoles y en la garganta nos quedará el agrio sabor de no haber podido transformarnos en otros, ajenos al paso marcial, sin cambiar comas ni puntos aparte, encarrilados.

Lo mejor es que ha parado de llover.





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