lunes, 26 de mayo de 2014

Mujer con erizos en la cabeza

 “Mi caso es, en resumen, éste: he perdido por completo la capacidad de pensar o de hablar coherentemente sobre ninguna cosa. 

(Carta de Lord Chandos de Hugo von Hofmannsthal)



Esa mujer lleva erizos en la cabeza y un gato debajo de la lengua.

Sabe leer las rayas del alma. Sólo en la oscuridad deja desnudos sus pechos breves, su vientre liso, las nalgas duras, las alas de su sexo.

Ese hombre es apenas un animal que habla.

Tiene delante las palabras, incluso aquellas que desconoce, son tantas que no puede juntar con coherencia más de tres. Tiene una historia, solo una, esa, intenta contarla una y otra vez, sortea el río entre su vida y el lenguaje. Cuando llega al vocabulario oscuro se le queda entre los dientes como fruta madura. Pero no calla, no, allá donde la voz duda recurre al gruñido, al grito, al balbuceo, sonidos que intentan decir.

Las mañanas taciturnas, las barcas rotas, el sol que juega con la niebla, perforación de los días como grutas, serenidad desde la certidumbre, las olas luminosas rompiendo en el acantilado del no saber, distancia, frontera, geografía de sentimientos diferentes, coordenadas de un tiempo y un espacio nuevo...

“Alto, alto, no entiendo nada. ¿Qué quieres decir?” 

No lo sé, me dejo llevar, me muevo entre el alboroto y la albórbola, entre la rutina y el aliento de voces desde el otro lado del Muro.

“¿Cómo tienes el ombligo? “

Enroscado, con grapas sujetando el resto para que no se me desparramen las emociones por las junturas del día a día, coloreado con tintes de permanganato.

“Sigue, sigue.”

Esa mujer vive en un mirador insatisfecho, con macetas de geranios retorcidos, sin selva, quiá, con un paisaje de Almería en la retina selectiva con sus off y on, con limitadores de frecuencia, con una palabra en alemán debajo de un molar.

Ese hombre estuvo ciego, vivía en las sombras, se golpeaba continuamente con las estalactitas excéntricas, allí donde solo llegó un pastor extraviado.
Un día encontró una puerta cerrada, la abrió y detrás estaban los helechos y las golondrinas, el puente Rialto, la lectura del Paralipomenón, lo omitido.

Hasta aquí puedo escribir. Hoy.

“Vale, hasta otro día.”



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