martes, 29 de julio de 2014

Un día cualquiera

.
En el principio.

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

(Blas de Otero)



Un día cualquiera antes de marchar, no sé si ya me he marchado. Escribo a ratos, como sé, como me sale, intentándolo en cada página, más allá de la posibilidad de que alguien lo lea o queden las palabras suspendidas en el silencio, cristalizadas, transparentes, sin sentido, humo, nada.

Un día cualquiera preparando guisos, textos llenos de defectos, escuchando la imprevista lluvia de julio en el tejado. Tomando a sorbos un ribeiro que me regalaron en Vigo. Huelo la hierbabuena que me recuerda a mi abuela Lucía. Doy vueltas en una caminata imaginaria por la muralla de Lugo. Me miento como necesidad. Añoro amores imposibles. Miro en el espejo la cicatriz de mi espalda. Acaricio el brazo de la mujer que amo. La calle está llena de corredores imaginarios que esperan el 31 como una meta que no acaba de llegar.

Un día cualquiera por sorpresa has entrado en la página y las palabras reviven, se llenan de colores, se vuelven perlas que desbordan la cesta de la voz y rebotan en la mesa, caen al suelo en hilos de oro, iluminan y poco importa lo que quise decir, dice lo que lees y eso es tan nuevo, tan milagroso que me callo y dejo seguir este día cualquiera.



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