martes, 31 de marzo de 2015

No la he visto hoy.

La vida se detiene
si el patio donde juegas
deja de ser inmenso
y ya no te impresiona
mirar a los adultos cuando hablan.

(Ana Merino)




No la he visto, hoy no ha venido, ¿habrá tenido algún percance?

Soy un hombre vegetal, un árbol sin raíces, un tronco florecido temerosos de los leñadores furtivos, de los cazadores de savia, de los recolectores de clorofila, un arbusto mecido por el viento de levante, hierba que besa sus pies desnudos, ¿dónde estará?

No ha subido al metro ¿se encontrará mal? Estoy obsesionado.

Soy un hombre que vive bajo el agua de la duda, sumergido en mares negros, traspasado por corrientes habitadas por peces melancólicos, por anémonas deprimidas, por tiburones sin armonía, por tortugas que están de los nervios, por ella nadándome, desnuda.

Lo intentaré mañana. Apenas duermo ya. Necesito verla de nuevo.

Soy un hombre animal, una animal hombre inclinado, un perro perdido en olores de ayer que se diluyen, sin raza, un mamífero sin nombre, sin hembra, un caballo arrumbado, sin carro, tratando de quitarse los parásitos rebozándose en el barro de la marisma degradada, un gato gris castrado, un cerdo que espera el cuchillo, aquel espécimen del zoo de Córdoba, un límite entre lo humano y el instinto.

Y ahora llega esta larga semana santa ¿santa?. No espera en el metro, no lápices ajenos para pintar mi ansia, no juegos poéticos acuchillando el domingo sin verla. Alguien me lo dijo ayer: estás peor. Quizás, pero estoy, acostado en las espinas del deseo, con la sangre al borde de los ojos, tendido en el delgado filo del que nunca fue amante. Ni amado.

Soy un hombre viejo que agradece que las piernas aún le lleven, que el corazón funcione, que no se ahogue, que los huesos no se le rompan, que sepa comprar el pan, pasear por las rutinas, que se desespera por esta pasión cuando ya no queda tiempo. Qué lástima aprender que el amor aún es tan duro cuando la memoria, los ausentes, lo que tuviste, el ayer, se pierde en el mísero ahora y no queda más que esta larga sombra de soledad...

Y tanto miedo.

Qué será de mí si no la veo más.


lunes, 30 de marzo de 2015

En el metro

“Quedamos para ir perdiendo
todos tus tranvías,
los míos
estaban ya perdidos
por naturaleza propia.

(Cavafis)




Algunos pasajes de Cortázar me dejaron el gusto por los cuentos que transcurren bajo tierra, en el metro. Encuentros fortuitos en las escaleras mecánicas, miradas oblicuas en el andén, roces furtivos en el traqueteo de los vagones atestados, historias tejidas en la cabeza y que nunca ocurren. Excepto a veces.

La veo cada mañana, es menuda, delgada, tiene el pelo rubio, viaja ajena al resto de usuarios. Nunca la he visto hablar con nadie, siempre concentrada en un libro, leyendo, escribiendo notas en una pequeña libreta de tapas negras. Viene sentada, por lo que deduzco que subirá en las primeras estaciones. Hay en ella un gesto austero en su forma de vestir sin concesiones a modas, en la ausencia de detalles coquetos en su atuendo, tiene un aire de monja, quizás lo sea.

Alrededor, el invierno llena las calles de mujeres que caminan garbosas, abrigadas, rompiendo las aceras. Apenas las miro, mi cabeza está prendida en esa dama que me atrae con su misterioso aire de investigadora del alma.

Quisiera hablarla, conocerla, invitarla a un café, saber quién es. No lo entiendo, es lo que llamaría una señora de edad, pero me gusta, me atrae.

El jueves hice el camino inverso, madrugué y fui hasta el comienzo del recorrido del metro. Desde allí, en cada estación, busqué su figura delgada. No tuve éxito, no la vi.

El lunes volví a intentarlo, en el metro siguiente. Subió en la segunda parada. Se sentó. Me senté frente a ella, pude sentarme en China, solo se daba cuenta de su libro. A pesar de no apartar la mirada de su rostro, en ningún momento dio signos de enterarse de mi insolente insistencia. Tomé nota de la estación dónde bajaba.

Durante toda la semana he repetido esta operación. Tanto madrugar me está matando de sueño, pero merece la pena. Es una mujer mayor, nuestra diferencia de edad es superior a lo que sería razonable, pero no puedo reprimir la atracción que siento por ella. La verdad que no me entiendo, quizás estoy enfermo, quizás deba consultar esta obsesión con un psiquiatra.

Hoy es viernes y no espero más, he decidido hablar con ella.


Quizás lo cuente aquí.


domingo, 29 de marzo de 2015

Intimidad de los puzzles.




Si tan solo pudiera ver el rostro de ella otra vez. Pero no, tan solo tengo una fotografía.(Pag. 40)
¿Qué es lo que me deja más perplejo? El hecho de que he batallado con las mismas preguntas y obsesiones y con las mismas repuestas torpes e inútiles durante tanto tiempo, durante los últimos diez años, sin experimentar ninguna ampliación de conocimientos, ni ninguna disminución de mi necesidad de saber; como un rata en la rueda de su jaula. ¿Cómo puedo escapar? Estoy saliendo. Una crisis es una brecha y una posibilidad de fuga. Y eso ya es algo. (Pag. 48) 
Es fascinante ver cómo en las relaciones más sólidas, incluso después de años de convivencia, determinados aspectos ocultos de las personas afloran de pronto, como en una excavación arqueológica. Hay mucho que explorar y comprender. Con el resto de la gente, en cambio, uno sólo puede darse la vuelta, aburrido. Quiero decir algo. Las cosas son así y punto. (Pag. 89) 

(Intimidad. / . Hanif Kureishi.)






Sentado junto a una mesa con un puzzle de colores, música, un bostezo. Doy una patada y las piezas saltan por el aire, se pierden por la habitación, algunas salen por la ventana, se acabó el paciente juego de construir ese paisaje.

Tumbado, en una cama, en el suelo, en las nubes, un grito, un suspiro, un esbozo de eternidad. Zapateo, salto, bailo, me retuerzo en danzas cíngaras, la boca abierta al asombro, la cabeza rozando el límite azul del cielo.

Bajo tierra, oscuridad, pasan los veloces trenes subterráneos de la locura, miedo, me encojo, grito, lloro, cierro los ojos, después llega el silencio, gotas mudas que caen del techo, pájaros negros que me miran, después nada.

Sentado junto a una mesa con un puzzle blanco, música italiana, un esbozo de sonrisa. Coloco las piezas una a una, con calma, algunas encajan, guardo en una caja amarilla las que no, es difícil.

Se acabó, no, no se acabó, el puzzle es interminable, alguien ha escondido piezas del centro del tablero, el resto se han coloreado, solas, es un paisaje que cambia, la mesa tiene música, silbo, tarareo, canto, doy volatines, río, sueño, busco, nado por un río sonriente que me lleva a un mar lejano, aún. Doy una patada al tablero y las piezas giran en el aire, caen y se encajan, algunas salen por la ventana pero no me importa, saco las de la caja amarilla. Todo está en orden desordenado.

Alto.

Escribo esto en un día feliz, no sé qué quiero decir, si lo sé, me tomo un chocolate caliente, de los de antes, humeante y delicioso, con tostadas untadas con mantequilla, bebo un vaso de agua fría y dejo en el borde la marca de mis labios manchados, estoy contento.


¿Te pongo una tacita de chocolate?


sábado, 28 de marzo de 2015

Caloret.

Cada acción de la Fura se dirige contra la pasividad del espectador.

(Primer Manifiesto)


Hace mucho calor. 
Ella está desnuda sobre la cama y se abanica.

Él no la mira, come cerezas y se limpia los dedos en los muslos.
La habitación está en penumbra, de la calle llega un murmullo tenso de sol y ciudadanos refugiándose bajo las marquesinas, entre los árboles del parque, mojándose la sien en las fuentes.


Ella espera una palabra que acaricie su ansiedad, un suspiro que la conmueva, una señal que indique que entre ellos aún vibra un dorado hilo de deseo.

Él sigue comiendo cerezas, ensimismado, deja el hueso de la fruta en un platillo sobre la pequeña mesa al lado de la cama.
No hay música, no hay gozo, no hay más que un calor sofocante que les hace sudar copiosamente, que les deja los ojos cerrados al acaso de encontrarse.


La habitación tiene las ventanas cerradas y la mujer no sabe por dónde ha podido colarse la abeja que ahora zumba de pared a pared. Se posa en los dedos de su pie derecho y no se mueve, temerosa de una picadura. En la comisura de los labios del hombre brillan gotas de zumo, parece no haber notado el errante vuelo.



El pequeño insecto deja el rastro de sus patas por la pierna inmóvil de la mujer que siente que siente y se sorprende del cosquilleo, de la reacción de su cuerpo acalorado. Esa mezcla de temor y caricia impregna su piel de una sensación que no conocía. El hombre se ha levantado y busca el alivio del agua en el cuarto de baño.



La mujer cierra los ojos, fantasea, tiembla, imagina. La abeja vuela hasta el techo, a la lámpara, vuelve, se posa en su seno desnudo, hace círculos sobre el pezón oscuro. El hombre regresa, grita –cuidado- y golpea con un periódico enrollado al insecto que ahora está aplastado sobre su pecho dolorido. Después sigue comiendo cerezas, en silencio. Ella se ducha, se viste y se tira de cabeza a la tarde de julio aún con riesgo de una insolación, aburrida de calores, abejas y, sobre todo, de amantes que no aman.



Continuará (hasta que ella quiera).



viernes, 27 de marzo de 2015

Mi amigo J

Sperm count/Recuento de espermatozoides

Held the sperm in hand to count, watery white,
Para saber si se nota el estrago de los años,
Squirted after investing much hand-held effort
Para recobrar el placer de años idos.
Only a few drops in the morning light,
Que antes no veía al entregarlo escondido,
That action recalled the lost energy of youth.
Ahora es agotado en el silencio solitario
As boring as a museum attendant.
En las lecturas siempre noté medidas ajenas;
They always seemed larger than my life.

(Andrew Graham-Yooll –1944-)





Mi amigo J es un hombre lleno de virtudes, padre y esposo modélico, ciudadano ejemplar, un intelectual, un científico, viajero, políglota, apasionado de la ópera, gran deportista, ciclista, montañero, lector de los clásicos rusos, de Buzatti, de Canetti. (Bien es cierto que tiene alguna sombra en su historial: le gusta el programa de Gran Hermano Vip. Todos pecamos.)

Pero no es de estas cosas de las que quiero hablar.

Mi amigo J es un buen conversador, como filósofos de lo cotidiano charlamos mientras caminamos por el jardín de los días, algunos sábados antes del partido, los encuentros en las esquinas, la ascensión al Gorbea, cuando nos dejan un hueco los apasionantes diálogos teresianos.

Tampoco es esto lo que quiero destacar.

Mi amigo J se sorprende de la (mi) ilusión. Sostiene la teoría de la muerte de lo nuevo. Camina por el carril de lo conocido, con los ojos cerrados a todo lo que no lleve una fórmula, una definición contrastada, sin sitio para lo abstracto, la poesía, la sorpresa. Ahí somos diferentes.

Pero sobre todo, y esto es lo que quería contar, mi amigo J es invisible.

Esto sí es destacable. Camina por la calle y nadie le ve. Pasa como un espíritu por los semáforos, por las avenidas, plazas, rincones de la villa. Es transparente, etéreo, cristalino. Él mismo lo asume: “soy transparente”. Lo lleva con absoluto conformismo. Esto, en sí, no es bueno ni malo, es lo que es.

Él no lo sabe, pero yo sí le veo, con nitidez, desde los contornos hasta el interior, entero.



Resumiendo.

A). Que en mi caso sería capaz de pintarme de amarillo para que me vieran.

B). Que sin ilusión la (mi) vida sería gris, insoportable, absurda.

C). Que un día que esté descuidado voy a poner a J un traje fluorescente y le voy a inyectar una dosis de glup (2.0).

D). Que el único que no sabe que no es transparente y que está lleno de ilusión es él mismo.

E). Que mañana mismo se lo cuento.


F.) Que es muy bonito que J sea un buen amigo mío (me siento muy afortunado por serlo).


jueves, 26 de marzo de 2015

Cuento del Hada

Horacio era exaltado, llamado, concitado a la función del sacrificador lustral, y puesto que casi nunca se alcanzaban porque en pleno diálogo eran tan distintos y andaban por tan opuestas cosas (y eso ella lo sabía, lo comprendía muy bien), entonces la única posibilidad de encuentro estaba en que Horacio la matara en el amor donde ella podía conseguir encontrarse con él, en el cielo de los cuartos de hotel se enfrentaban iguales y desnudos y allí podía consumarse la resurrección del fénix después que él la hubiera estrangulado deliciosamente, dejándole caer un hilo de baba en la boca abierta, mirándola extático como si empezara a reconocerla, a hacerla de verdad suya, a traerla de su lado. (Rayuela –capítulo 5)



Ella era la Belleza, vestía lujosas ropas, vivía en un fastuoso palacio de cien aposentos con muebles de plata, caminaba sobre una nube dorada.

Él la miraba y sus ojos se inundaban de lágrimas de gozo, inclinaba la cabeza a su paso, tanto la amaba que sentía llegar la muerte cuando no la tocaba, la eternidad cuando ella le acariciaba.

La adornó de todas las gracias, toda la riqueza, todos los dones. Su vida era ella, la respiración, todos sus sentidos, colmaba los días, borraba sus recuerdos, henchía su corazón de magnífico futuro.

Así transcurrían los meses, como dentro de un cuento de hadas, en el centro del bosque mágico donde se habían perdido, donde se disfrutaban.

Un día llovió, no demasiado, apenas una llovizna. Él miró el reflejo y ella no brillaba, sus ropas estaban mojadas, su palacio no era tal, la nube dorada se había desvanecido. Arreció la lluvia y podía tocarla sin temblar, respiraba, miraba para atrás, adelante, sus orejas se llenaron de recuerdos, el corazón latía sin sobresaltos.

Llegó la tormenta, un rayo cruzó el cielo y la vio, sin música, sin riquezas, una mujer, desnuda, no era bella, intentaba cubrir sus pechos, el sexo, con las manos.

Se liberó de ataduras y salió sin volver la cabeza. Se alejó y el bosque quedó lejos, muy lejos, la magia se iba diluyendo en cada huella.

Cuando estuvo lejos respiró, sus pulmones se llenaron de dicha, estaba sólo y había sobrevivido al hechizo.

Entonces, libre, comprendió que la amaba, ay, la amaba.

Y supo que sería su esclavo para siempre.





miércoles, 25 de marzo de 2015

Desilusiones.

Un loco tocado de la maldición del cielo
canta humillado en una esquina
sus canciones hablan de ángeles y cosas
que cuestan la vida al ojo humano
la vida se pudre a sus pies como una rosa
y ya cerca de la tumba, pasa junto a él
una princesa.

(Leopoldo María Panero)




Dedicado a los dependientes de ultramarinos.

Otra vez. Como un mordisco fiero. Un desgarro. El día llega con clarines de alegría. El silencio lo ha convertido en barritar de elefantes desbocados por las estancias indias de Liz Taylor *, griterío de esclavos corriendo detrás de Espartaco **, películas de catequesis, imágenes que se confunden con otras realidades, por ejemplo la ausencia.


Asoma la patita por debajo de la puerta -“hola, no soy el lobo”- y confiado, como un imbécil, abro la puerta y no entra nadie, viento lobo, ausencia del lobo, frustración de los tres cerditos y la mía propia, esta vez tampoco me come, tampoco muerde con sus dientes esta carne tersa que palpita y espera, estos músculos del alma que se debilitan ante cada intento.



Incertidumbre o duda, decía Larralde, debe ser eso, o no, debe ser que la Estela de la flota deja surcos de los que no se puede salir, caminos de la mar de la mente, vallados senderos que no dejan ver a los lados. Agito banderas, tremolan, esparzo flores por el agua limpia, inútil tarea, -cállate, so bobo- me estoy gastando una fortuna en orquídeas, me estoy arruinando, me estoy convirtiendo en una sombra de mi propia sombra, es decir, nada, es decir un fugaz intento que se escapa por el albañal del tiempo. Reata de ciegos ciegas caminando hacia la ancianidad, voy el primero y mi pie derecho tantea un (el) abismo.



Vale, he dejado de pegarme, -algo es algo, chaval- . Añoro el color de la sangre por mi frente cuando me lanzaba de cabeza contra su pared, una y otra vez, hasta que las piernas no me respondían, hasta que con los gritos se despertaban las comadres del barrio y me curaban –pobrecito-, me vendaban el corazón y como nuevo, nunca he sido nuevo, siempre he sido de segunda mano, desvencijado amor de principio de siglo, castillo en ruinas, pajar en llamas y ya huele a chamusquina. ***



Ahora nos sentamos, nos damos las manos, formamos ese círculo mágico tan caro y susurramos “ohmmmmmmmmm” ****. Hala, vamos a la cama que para hoy son demasiadas emociones. Sólo a dormir, que tengo las carnes esparcidas por demasiados espacios siderales. Hasta mañana. Beso.


* (También me gustaba “Gavilanes del estrecho”. Era de piratas, tenía una escena que me parecía muy erótica. La verdad que entonces todas las escenas en las que aparecían señoras me parecían eróticas. Era un sin vivir, no como ahora).






** (En cambio nunca me han gustado las películas de romanos. Aunque todo debe ser empezar).


  

*** (Ahora que los internautas buscan palabras bellas, no sabía cómo encajarla: chamusquina. Qué bonito).





martes, 24 de marzo de 2015

Cámara de vídeo (¡¡).



Al parecer no ha gustado mi cuento de ayer. Fácil, dicen. Lo estaba escribiendo basado en mi propias experiencias –claro- y no sabía cómo terminarlo. Me parecía leve el sucedido, la anécdota, como para que también se tire ella por la ventana. Siempre puedo cambiarlo. Quizás debería haber dejado que ese descubrimiento personal se ampliase con otras actividades. O buscarle un amante que le anime. Podía, tal vez, hacer que se le aparezca un ángel y le regale una vida. O un demonio que le tiente con la eterna juventud a cambio de su alma. Pero estas cosas están muy vistas. Busco, quizás, un final original para un principio vulgar. Total, esto es un cuento. Ya, le tiro a la bebida, le convierto en una borracha, una mujer hundida, el principio del fin. ¿Triste? la vida es triste. Bueno, va, ya busco otro final, alguno más alegre. Pero que conste que el cuento es mío y lo termino como quiero. Lo difícil es modificar lo otro, lo real, lo de cada día.

(Suspiros)

(Vale, borro el final y sigue así)

Sus días transcurren plácidos, sin sobresaltos, cómodos, se quiere, se regala una vida amable, de soltera sin altibajos.

Se ha comprado un juguete, un espejo mágico, un iPad.

Como vive sola, se dedica a preguntarle: “espejito mágico ¿quién es la más guapa de todas las mujeres?”.

Y el espejo/iPad (programado, claro) contesta invariablemente “Tú, mi señora”.

Así van las cosas.


Todos contentos.


lunes, 23 de marzo de 2015

Cámara de vídeo (¡).

Matamos lo que amamos. Lo demás

no ha estado vivo nunca.

Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere

un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!



(Rosario Castellanos)







Sus días transcurrían plácidos, sin sobresaltos, cómodos, se quería, se regalaba una vida amable, de soltera sin altibajos.

Hasta que compró una cámara de vídeo.

Como vivía sola, al principio se dedicó a grabar a las vecinas que colgaban la ropa en los tendederos, a la portera que daba vueltas por el patio, a su pez, a su perro, a las palomas.


Un día decidió grabarse a sí misma.


Nunca se había visto desde fuera y tuvo curiosidad.

Colocó la cámara en un trípode y enfrente instaló el escenario apropiado. Se vistió con un traje vaporoso, aquel rojo que le sentaba tan bien. Fue un ritual en el que no dejó nada al azar, la iluminación, la música, el color de las cortinas.


Y se grabó.


Paseó por la habitación, habló a la cámara, cantó, gesticuló, recito alguno de sus poemas.


Y esperó.


Sentada frente al televisor, con un vaso de vino en la mano, oprime el on.


Y empezó.


No, no podía ser esa.

No, esa cámara estaba estropeada, ella era más joven, esa señora que se movía de forma ridícula, con esas poses afectadas, con los hombros hundidos, con la mirada cansada, con ojeras, con arrugas, con esa falta de garbo, no podía ser ella.


Y se desesperó.


Su vida era tan cómoda, ¿en esa se había convertido?, ¿en esa absurda mujer?

Esa misma noche tiró la cámara de vídeo por la ventana. 

Desde arriba vio cómo se estrellaba contra el suelo.
Luego se quedó tumbada en el sofá, insomne, viendo aburridos programas de tele tienda, resúmenes de GH Vip, telefilms antiguos, programas de relleno de madrugada, como otras noches.



domingo, 22 de marzo de 2015

De bóbilis, bóbilis.


Algo así como la levedad de lo gratuito, de lo que se recibe así, de bóbilis, bóbilis, que casi nada es valorado hasta que se pierde, aunque todo es reemplazable, unos van y otros vienen, lo apreciable se guarda en una caja transparente hasta que dentro aparece, así, de otra dimensión, un brillo nuevo, una revelación, diamante o baratija, qué más da, abalorios de un collar de viento y fragilidad, colocar naipes en una torre expuesta a un soplido caprichoso, ahora sí, ahora no y me llevo dos.


Juntar palabras y músicas y colores encerrados en una línea desde aquí hasta detrás de esa montaña de la izquierda, no, esa no, la otra, la de los árboles, esa, caminar con fatiga, resoplando en las subidas, retama y zarzas, algún pájaro en la rama, perros furtivos, un día vi un ciervo, lo juro, alto, el domingo sigue en gris y lluvia leve, en nada los resultados de las elecciones en Andalucía, una brújula que indicará el norte de las siguientes, ah, y el Barcelona-Madrid. Después a dormir que llega el lunes. 

Carta a la amante distraída.

Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento, el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. (Borges)


St. Jean Cap Ferrat, 1987. Guy le Baube.


Amor, te escribo en la alborada, no puedo dormir y Saturno devorando a su hijo se aparece en mi duermevela. De esta noche me vuelve un mal sueño sobre un camino imposible con tres largas sombras proyectándose ante nosotros, un sol naciente y cuatro escaleras a ninguna parte, ya ves, pesadillas. Te agradecería que no intentes interpretarlo, no ahora mientras escucho un “Servicio de la Festividad de los Locos de acuerdo con el uso de la Iglesia de Sens”, una salmodia mística. No recuerdo si lo escucho o leo una reseña de esa grabación pero me gusta el título. No solo eso, también me gusta añorar el aroma de mimosas que me traía mi abuela que murió cuando yo tenía cinco años y que fue mi primer dolor o, por esas mismas fechas, bañarme en el resplandor 
del Parque nevado recién descubierto .

Creía que mis cartas a mi anterior esposa, ya sabes, eran lo más bello, lo más sentido que había escrito, lo que me salía de lo más profundo. No sabía que no, que no era yo, que era otro que por dentro me buscaba en lo imposible: volver a vivir lo no vivido. Y esa búsqueda era como un sonido gorgoteando desde una garganta de otro mundo, escondida en la ilusa y brillante superficie en la que me reflejaba. Entonces no sabía que no le hablaba a ella, que lo hacía al sueño roto de un niño perdido en el ayer y qué, sin embargo, tenía los bolsillos llenos de piedras redondas para señalar el camino de regreso.

Pero algo he aprendido desde entonces, no mucho, pero sé apreciar que ahora te escribo desde mí hondura, perdido otra vez, ahora en ti, pero mirándote a los ojos, frente a frente. Ahora sé que las cartas que te envío son las más hermosas de las que soy capaz, las más íntimas, las más sensibles. Puedo percibir mis palabras saliendo fértiles, inagotables, reales, ricas, intencionadas. Y sé que te hablo de forma tan natural, tan cierta, tan veraz, que la belleza va implícita en su propia sinceridad. Sé que la hermosura está dentro, diga lo que diga, porque tú estás aquí, ahora, incontaminada, mujer de Klimt, desconocida, oh, tan desconocida y sin embargo deseada y temida, ansiada, cerca, lejos, tanto, tanto, con un cuchillo misterioso en las manos cruzadas, escondidas detrás, en la espalda y me arranco la camisa y dejo mi cuello desnudo a su filo de tristeza, mujer fluvial, a la que veo entre luces de luna caprichosa, ora menguante, ora llena, cuando no hay nubes, cuando no me aplasta un dolor de piedras, no quiero este dolor, no quiero volver, prefiero, sí, sí, estar ladrando aquí, en este bosque que no conozco, en este camino por donde transitamos alborozados, absortos, topos ebrios perdidos en un túnel.

Aunque, no temas, no estoy en el límite, puedo quererte aún más y más, bucear en tus aguas, treparte, dar fuego a tus puentes, saltar dos o tres pasos más allá y llevarte de la mano hasta el borde. Incluso puedo saltar al abismo abrazado a ti.

Maestra, quiero decirte que has abierto la puerta del espejo y ya no hay regreso. Puedes distraerte, llenar tu ropa de cascabeles o volver a México, es igual, estamos enredados y las tijeras no pueden cortar los nudos, somos cómplices y las calles están llenas de sombras furtivas y desconocidas tras nuestra miopía. Dame tu brazo para que no caigamos en los callejones, en las oscuras calles que bordean la avenida.

Corre, el arco iris sigue en el cielo.


¿Llegaremos alguna vez más allá del mar?

sábado, 21 de marzo de 2015

Algo así como la primavera.

Entra la tarde entera en la quietud.
El cuerpo yace en la profundidad oscura de sí mismo.
Y anida o nace un águila

en la boca secreta de tu sexo.

(Valente)


Georges Seurat (1859-1891) - Man Leaning on a Parapet


Anoche llegó la primavera, aquí.
Ahí el otoño.
Qué diferentes son ese ahí y este aquí.
Qué parecidos somos usted y yo.


Algunos lugares están atravesados ahora por el viento, la nieve, el frío, terremotos, volcanes en erupción,  hambre, ejércitos insaciables, Siria, invasiones, miedo, interminables guerras, sequía,  inundaciones, cárceles llenas.

No hace falta que siga.


Aquí no sé si llueve o lucirá el sol, es un sábado cualquiera, tecleo en un ordenador que me conecta a otro mundo.

Algunas personas están atravesadas por depresiones, soledad, miedo, desamor, malos tratos, miedo, angustia, aburrimiento, abusos, problemas de dinero, falta de trabajo, de horizontes, de futuro, de alegría, por la crisis que nos devora a casi todos.

Aquí en nuestro invierno ha llovido tanto, tanto, que los árboles se quejan, los campos se inundan de verdes.

Escucho un cuclillo en las ramas del olivo.


Cualquiera –yo- puede ya hacer públicos sus patios traseros.
Se ve el decorado.
Y los micrófonos.
No sé qué hago escribiendo estas simplezas.
Este espacio merece un cambio.



Pronto.



Este es un blog de literatura.(¿?)



JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
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viernes, 20 de marzo de 2015

Desde la playa de la amargura.

...siento que aquel reposo será estéril
que la vida no fue, que el fervor
de cualquier despedida es un engaño.

Francisco Brines.




Hola, adiós, siempre, hasta pronto, no sé, confuso, atónito, desconcertado, con miedo, perdido en sueños, despierto, con este dolor en el pecho, con campanas golpeándome las rodillas, indefenso, inerme, pequeño, nervioso, desorientado, infeliz.

He gastado las palabras, no me sirven las que conozco, tendría que comunicarme con el silencio, con una mirada, tendría que volver a leer todos los libros, revisar los poemas, buscar un lenguaje nuevo, inventarte porque no quiero que sirva lo que hasta ayer servía, no quiero decirte lo que he dicho a tantos, tantas veces, no quiero más ayer, ni frases usadas, ni suspiros gastados, inventarme, no vale de nada lo que ya no tiene remedio, no quiero más nostalgias, otro mundo, otro paisaje, en el mismo pero nuevo, que cambien el escenario, se terminó la función, incluso esto es excesivo, porque todo es mucho más sencillo y sólo hay una historia y la nuestra la habían escrito antes de encontrarnos, antes de perdernos.
Sucede que el tiempo ha pasado y la vida nos ha ido dando y quitando y aquí estamos, sin habernos conocido, sin habernos besado nunca, deseándonos mutuamente hasta el dolor a través de los años, desde otros brazos, desde otros labios, rabiosos, frustrados, incompletos, lejanos, hambrientos de una quimera, con la obsesión de que aquello no pudo ser, que nunca, que entonces... ¡ay! Cuánto dolor inútil, cuánto tiempo malgastado, cuánto silencio, cuánto desconsuelo.

Tú eres una mujer que necesita ser amada, que necesita vivir, que no debe -¿puede?- estar sola. Porque tú, tú, eres única, es un lujo poder hablarte, mirarte, estar contigo, conocerte en tus rincones, haber podido disfrutar, aún tan tarde, de ti, de tu voz, tu rostro, tu sonrisa. Eres bella, muy bella, tu fuerza está en ti, vives en mis sueños, me magnetizas.
Soy un pobre hombre buscando, siempre buscando. Triste porque soy tan feliz que no puedo renunciar a nada. Desesperado porque el estar ciego me ha enseñado a ver en la oscuridad y sé que no, que volvería, que no puedo irme, conozco la isla en cada esquina. Muchas veces he subido a la cima del mundo, antes, cuando supe que sabía, cuando vi, entonces. Luego el mundo se volvió geométrico y lleno de archivos ocultos y ya no puedo escalar, me ahogo en la altura.

Tantas palabras por no decirlo de forma directa, descubrí el amor contigo, te he querido y llevado en mi corazón desde entonces, todos los días de mi vida, hasta hoy. En cualquier otro tiempo hubiera dejado todo, a todas, a cualquiera, me hubiera ido a pelear por ti sin dudarlo un instante, sin pensarlo siquiera.
Hoy me abrazan mis tres hijos, me besan, me llenan con su mirada desarmada; Carmen me mira y sé que si le rompo el corazón yo no tendría nunca descanso, nunca podría perdonármelo, sería un prófugo constante.

Se me ha roto la voz, este nudo en la garganta no me deja decir más.

Sólo recuérdame como soy, ahora.


Y... adiós (¿?)

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