lunes, 30 de noviembre de 2015

Desconexión.




Una central nuclear abandonada.

La cámara 1, fija, ofrece la vista superior de un interminable pasillo, con puertas a derecha e izquierda. Una mujer uniformada lo recorre a intervalos exactos de veinte minutos.

La cámara 2 está centrada en un gran panel de control, pintado en verde pálido, con relojes y sistemas de control.

La cámara 3 apunta a la noche.

La cámara 4 está instalada en el coche de seguridad que recorre la carretera al otro lado de la verja que bordea el edificio de la central y los pabellones cercanos.



Cuento todo esto como controlador de cuatro monitores, como espectador, sin capacidad para intervenir en aquello que pueda ocurrir. Es mi nuevo trabajo, como el anterior, mal remunerado.
Un molesto zumbido de fondo acompaña esta monótona actividad.

Desde el aburrimiento quiero escribir el post para mañana, este puede ser un tema diferente. No quiero cansar a los lectores con las habituales historias de amores imposibles y lamentos clandestinos.

La cámara 4 se centra en un agujero en la tela metálica, el coche se ha detenido y varias sombras cruzan frente al campo de visión.

La cámara 3 sigue a un hombre con un traje parecido al que usan los astronautas, jadea mientras sube por unas escaleras con barandilla amarilla. En su mano derecha lleva un objeto que parece un arma.

La cámara 1 muestra una luz roja de alarma que se enciende y apaga. La mujer uniformada atraviesa corriendo el pasillo.



Esto está ocurriendo ahora y quiero contarlo mañana.
Además sin que la habitual mezcla de sentimientos alborotados interfiera. Algún lector me reprocha que hay temas que repito demasiado. La vida es una repetición, una rutina de actos inútiles, un absurdo transcurrir de los días. Lo raro es vivir.
Por eso estoy frente a estas pantallas, intentando lo diferente.
Aunque me empieza a parecer peligroso.

La cámara 1 continúa mostrando la luz roja de alarma.
La cámara 2 se dirige a un punto concreto del gran panel de control.
La cámara 3 enfoca diferentes lugares, pasillos, escaleras, pero no hay rastro del hombre vestido con un traje parecido al que usan los astronautas.
La cámara 4 nos muestra a varias personas uniformadas que entran precipitadamente por una gran puerta.

Repaso el manual, no acabo de encontrar el protocolo para un caso así, nunca ha pasado antes.
Debo centrarme en mi trabajo y olvidar de momento intentar contar lo que sí para suplir lo que no.
Para colmo se ha perdido el sonido en los monitores, las pantallas tienen algún tipo de interferencias, se apagan y encienden, se forman rayas, debo estar atento.



Sigue la luz roja de alarma en la cámara 1.
En la cámara 2 puedo ver que del gran panel de control sale una densa humareda.
La cámara 3 se ha centrado en el cuerpo inmóvil de la mujer uniformada, tendida en el suelo en una postura extraña.
La cámara 4 no funciona.

A partir de aquí me fui. Quizás no debí abandonar mi puesto de trabajo pero el sonido de la sirena pudo con mis nervios. Corrí escaleras abajo, salí al exterior y me metí en la noche. Seguí carretera adelante, sin detenerme. La explosión me lanzó de cabeza contra unas zarzas. En ningún momento perdí la consciencia.


No me han quedado secuelas. No me acusaron pero tampoco recibí ninguna indemnización. He vuelto al desempleo. Sigo escribiendo. Creo que debo centrarme en lo sentimental, en la ficción de los sentimientos, la vida es demasiado real. Seguiré con este blog, ahora tengo más tiempo.


domingo, 29 de noviembre de 2015

De vírgenes y mentiras.




Aquella tarde estaba con Elena, los dos sentados junto a una mesa repleta de viandas, con manteles manchados del vino que rezumaba de un cántaro rebosante. Intentábamos escribir un poema, una esquela, una mentira, algo.

De pronto en una esquina del salón apareció una virgen sobre una zarza portátil y ardiente. Llevaba una túnica que brillaba con una extraña luz. Extendió las manos sobre el espacio entre ella y nosotros, atónitos espectadores del milagro, entregados pecadores abiertos a todas las penitencias, merecedores de todos los castigos (incluido el infierno y las siete plagas), solícitos y obedientes amanuenses dejando constancia de la explosión solar.

Pues bien, esa virgen nos señaló a los dos con un dedo y sonriendo, con voz maternal dijo: Escribid, escribid, queridos míos, transmitid esto que veis, contarlo a vuestros vecinos, esparcirlo por las riberas de los ríos, por las tierras de secano, por los vergeles refugio de gentes descreídas, tribus venidas de allende los montes, habitantes de la tierra prometida...

Así siguió horas y horas, la verdad, ya me estaba empezando a aburrir, me adormecí, cuando desperté Elena estaba a mi lado, su cuerpo desnudo estaba caliente y rumoroso. Nada, que nos amamos furiosamente, dulcemente, otra vez con furia y a la tercera me fui a trabajar.
Esta uno que no para, un sinvivir.

Pero entonces, por el camino a la oficina, sobre un Simca mil volvió a aparecérseme aquella virgen y con voz severa dijo: Pedro, Pedro, una cosa es exagerar y otra mentir, solo la has amado una vez.
Y desapareció.

Eso, que rectifico, una sola vez.

Estas vírgenes de ahora no pasan ni media.

Buenos días. 


sábado, 28 de noviembre de 2015

No ceder.

Defectuosa formación del plural

Cuántos días baldíos
haciéndome pasar por lo que soy.
Máscara sin memoria, líbrame
de parecerme a aquel que me suplanta.
Uno solo será mi semejante

José Manuel Caballero Bonald




Comienza el frío en este final de noviembre con días más y más cortos.
Escribo para mí, tal vez para nadie más, ni siquiera para ti.
Quizás ha vuelto el carnaval y quiero disfrazarme, vestirme de otro, no ser yo aunque ya no llueva.

Este es un elogio del futuro, es decir mañana, es decir otro tiempo que este que pasa por la ventana y gatos en el tejado, ojos que no miran, boca que dice, orejas cerradas que no escuchan, el búho vuela sobre el mapa y en honor a la verdad esta es una caja que encierra otra caja llena de frases engarzadas, que encierra otra caja llena de ceniza, que encierra otra caja llena de blancos silencios goteando más silencios, que encierra otra caja, la última, donde un hombre desnudo se pregunta ¿qué más hay?, ¿es solo esto?, ¿solo esto? y no se conforma y además se le ha pasado el turno y los otros juegan al juego de reír y se han terminado las caretas en los almacenes de almas y sí, te recuerdo en este día que parece carnaval con calles llenas de mujeres y hombres disfrazados de ellos mismos. 




Disfraz, persona unitiva

Lezama Lima

viernes, 27 de noviembre de 2015

Txikiteros.


A raíz de la aparición de videoclip de Curruscu para Yellow Big Machine no han sido pocas las personas que se han dirigido a este cronista para preguntarle qué es eso de los txikiteros.
Para aclararlo de una vez por todas y despegar dudas expongo lo siguiente.


 
El txikiteo es una costumbre típica vasca de relación cívica, una forma de garantizar la pervivencia de la solidaridad y la cohesión social, un acto voluntario que comporta variados beneficios morales tanto para la persona como para la colectividad.

Es un rito que consiste básicamente en recorrer en cuadrilla los bares de la localidad y mientras se saborean los ricos caldos riojanos se comparten conversaciones, experiencias, emociones dentro de un caluroso clima de amistad y compañerismo.

En clara contraposición a un determinado modelo de sociedad individualista que desde fuera se nos pretende imponer, que nos intenta atemorizar con imaginarios peligros y catástrofes, que nos anima a quedarnos en nuestra casa frente a una pantalla, ya sea del televisor o del ordenador, el txikiteo contrapone los beneficios personales, psicológicos, emocionales y sociales que comporta la costumbre de salir a la calle para tomar unos vinos con los amigos, para hacer nuevas amistades, en definitiva para compartir nuestra vida con otras personas, con los Otros.

Los txikiteros de antes estaban uniformados, gabardina larga y boina en invierno, camisa blanca, pantalón de mil rayas y boina en verano. Una buena cuadrilla de txikiteros era respetuosa con las damas, tanto que era imposible que una mujer se integrase en una de ellas. Las mujeres en general eran las madres, las hermanas, la propia y las hijas. La propia tenía una paciencia digna del santo Job. Las madres cuidaban a sus hijos solteros hasta avanzadas edades (frisando los 60 o 70 años de los niños), siempre tenían las camisas planchadas y una cazuela de bacalao al pil pil lista para comer. El resto del mundo femenino no existía, como mucho la panadera, la señorita de la ventanilla de la caja de ahorros, la vecina del segundo que en otros tiempos fue al mismo colegio y no más.

A pesar de mi integración en la sociedad bilbaina siempre me he sentido ajeno a este mundo del txikiteo. Aun respetando las tradiciones, me parecía alienante, antiguo, de otro tiempo. Sobre todo porque mi afición al vino era nula y mi afición a relacionarme con damas, intensa. Con el tiempo me doy cuenta que posiblemente, como en tantas otras cuestiones, estaba equivocado.

Pues bien, quiero anunciar en este foro de comunicación varias cosas:

Me he comprado una boina.
Me he integrado en la cuadrilla de mi barrio.
He cambiado el sillón por el txikiteo.
Me tomo entre 14 a 15 txikitos cada día.
Mari Sol me ha dejado por un tal Juantxu.
Este era mi destino
 No sé en qué orden.

Eup.


jueves, 26 de noviembre de 2015

Hoy me tapo los ojos con las manos.





Hoy me tapo los ojos con las manos para no verla.

En vano, viene su risa confundida con mis interjecciones y ya no sé si duermo o esto es un programa de software en el que nada es cierto excepto el dolor de un nombre tatuado entre los muslos.

Quizás cuente hasta cien y ella no aparezca, me canso de esperar en las esquinas colmadas de susurros y promesas.

Bailan los ciegos, son felices, la oscuridad hace que imaginen eso que no veo, servidumbre del delirio que no sé vivir y que ahora canto, me demoro en la puerta, sin salir.

Los fríos peces se besan entre las hierbas del estanque, un hombre llega con la palabra locura escrita en la frente, los ciegos palpan su cabeza y no entienden esos rasgos retorcidos, el hombre ríe frente al espejo.

Nadie nos dijo que debamos ser felices sin remedio, nadie nos habló de albañiles levantando la pared que nos separa, invisible muro de imposibles y caricias muertas, amores rotos que cantan los pájaros de la noche.

Hoy me tapo los ojos con las manos y la veo. 


miércoles, 25 de noviembre de 2015

Recuento.




La tarde que no abría y salió con el pelo suelto. La conversación por teléfono en voz baja. Un sobre entre las páginas de un libro. Cuando no quería pasear por ciertas calles. Aquella flor.

Desde la puerta,
con delicadeza,
deja la maleta sobre la alfombra,
gira la cabeza ¿sonríe?
me mira y sale.

Repentina soledad. Ni un reproche de cristales rotos. Acuclillado sobre la alfombra, sin saber cuando fue, desconsolado, odiando esa última mirada, las noches vacías, sin abrazo, sin equilibrio. Hechizo de la memoria decepcionada. Niebla en la habitación que da al patio trasero. Reloj. Silencio. Destino. Ceguera.. Tanteando el oeste de la nostalgia. Miedo al eclipse, al futuro roto. Temazepan, Zoplicone, poéticos somníferos, la tristeza cosida en el insomnio. Bucear en recuerdos. Absurda sed de abril. Quién lo hubiera dicho. Sábana, una sábana blanca cubriéndolo todo, cama, cuarto, piso, casa, barrio, pueblo, ese punto verde en el centro del mapa que el viento acaba de arrebatarme de las manos por la ventanilla del coche que me trae del juzgado, los trámites, el notario, en fin. 


martes, 24 de noviembre de 2015

Cuando es inapropiado enamorarse…




¿Qué debe hacer una persona cuando se enamora, pero ya tiene una relación estable? Si, al cabo de muchos años felizmente unida, conoce a alguien y se enamora, ¿es más moral que permanezca en el matrimonio y oculte esa relación y esas emociones, o que se dedique a la nueva relación y deje a su cónyuge (y tal vez a sus hijos) para vivir con honradez? La respuesta a estas preguntas es extremadamente personal.

La gente a veces bromea sobre este tipo de situación, la considera “una aventura romántica”; para las personas involucradas puede ser algo mucho más serio e importante. No siempre consiste en unas “meras vacaciones”… Imaginemos a una persona que está felizmente casada, tiene hijos y lleva varios años con su pareja. Cree que todo va bien, pero de pronto ¡bang! se enamora locamente de otra persona, no puede dejar de pensar en ella, quiere estar con ella todo el tiempo, arde de pensar en hacerle el amor… Está enamorada y quiere pasar cada instante con su amor. Imaginemos que no es un caso de simple lujuria, sino un sentimiento más profundo.

Normalmente la persona que se encuentra en tal situación está sumida en la confusión: una parte de su personalidad le advierte: “un momento, no puedes hacer eso, tienes una responsabilidad con tu familia y tus hijos, ¿quieres herir los sentimientos de tu cónyuge (¿o hacer que te odie?)? Se quieren, su relación ha sobrevivido al paso del tiempo, se habían jurado amor eterno, y ahora, mírate, ¡no puedes comportarte así! ¡No puedes largarte!”. Pero otra parte le susurra: “¡corre a encontrarte con tu amor! ¡Eso es lo único que importa! ¡Da muestras de honradez!”.

Es un dilema. ¿Qué debe hacer esta persona? ¿Es más moral que permanezca en el matrimonio y finja sentir lo que ya no siente, o que empiece a vivir con su nuevo amor, deje atrás su matrimonio y revele sus verdaderos sentimientos al mundo? Se trata de uno de los dilemas éticos más serios a los que nos enfrentamos en la vida; en muchos casos es cuestión de sentimientos honrados, y no es motivo de risa.
El asunto no puede resolverse de forma simplista. Se plantean preguntas como: ¿cuál es la forma más valiente de afrontar sentimientos tan intensos? ¿Qué conducta va a aportar más felicidad a más personas? ¿Se puede estar enamorada de dos personas a la vez? 



Hoy, los hombres no son los únicos que se enfrentan a la duda de dejar a una familia estable por un “nuevo amor”; a veces las mujeres también se encuentran en esa situación.
¿Qué sienten estas mujeres? Por un lado, consideran inmoral abandonar a la familia; por tanto, la única solución posible es mantener “la aventura” al margen y en secreto, intentar acabar la relación lo más rápidamente posible. Pero, por otro, sentimientos amorosos de una intensidad tan hermosa son poderosos y difíciles de negar. Algunas personas sienten como si acabaran de despertar, “ven la luz”, vuelven a nacer. Consideran que no pueden ser sinceras consigo mismas sin revelar a sus amigos y familiares los cambios que están experimentando y lo importante que es esa relación para ellas. En caso contrario estarían viviendo una mentira, sería algo “ilegítimo” y deshonesto. Rechazar ese nuevo amor sería una bofetada para la persona que no les ha aportado más que felicidad, de forma que eso también sería inmoral, sería una falta de respeto al nuevo ser amado.

En la segunda opción –creer que es más moral “ser quien se es de verdad” y reconocer el nuevo amor–, la persona parece adoptar el orden moral de la “monogamia sucesiva”. Cree que lo moral es tener una sola relación íntima y sexual a la vez. Otros deciden que el matrimonio es una institución que debe defenderse, sin que exista el divorcio, y que lo que conviene es la idea clásica de la sociedad: que a un esposo (que hoy puede ser el hombre o la mujer) se le consienta “tontear” fuera de la familia, pero que todo el mundo haga como que no ocurre, porque “al fin y al cabo” no es “serio”.
Dado que el ideal de hoy día es la igualdad entre hombres y mujeres, esta “versión clásica” de cómo organizarse en la vida (es decir, no tomarse el “nuevo amor” en serio, sino intentar relegarlo a la categoría de “pura lujuria”) ya no es tan “práctica” como en el pasado, porque si tanto hombres como mujeres quieren tener “derecho” (aunque sea extraoficial) a mantener relaciones fuera de la pareja, ¿provocará eso el caos? Aunque el matrimonio haya resistido, más o menos, cuando sólo era uno de los dos el que tenía “doble vida” (el hombre), si ambos están dispuestos a aceptar aventuras sexuales externas, ¿podrá seguir funcionando?

La mayoría de las personas declaran creer instintivamente que la forma más moral de actuar es “confesarlo todo” y cambiar de pareja, es decir, la monogamia sucesiva. Estadísticamente, sin embargo, la mayoría de los hombres y mujeres no “confiesan todo”. En la práctica, la ruptura con la pareja original puede ser tan dolorosa que muchas personas no están dispuestas a llevarla a cabo. No todos los que visceralmente sienten que eso es lo que se debe hacer son capaces de actuar con arreglo a sus creencias; muchos siguen casados y confían en que el nuevo ser amado no se enfade excesivamente. En otras palabras, intentan proseguir ambas relaciones al mismo tiempo.

Shere Hite


 
















Shere Hite está pasada de moda.
No es por comparar churras con merinas pero también lo está este invento de los blogs.
Estas teorías, estos blogs...
¿Ya no están a la moda?
¿Qué rayos es la moda?
Tú que lees
¿Quién eres?
¿Qué piensas de lo que dice Shere Hite?
¿Están muertos los blogs?
Hoy tengo ganas de discutir.
Anímense.


lunes, 23 de noviembre de 2015

Blog/yo/voy/ojo/soy/hoy/yo/bloG.



Blog me evoca un imaginado troj donde guardar los frutos del contar, de la cháchara, confidencia, desahogo, ahogo de emociones, desbordada jarra de efervescentes aguas que sacian la sed, que nos la dan, pasajeros de un avión que no aterriza, que elude el polvo del volcán islandés, hospedaje entre el cielo y el infierno con una columna en la mitad de ningún sitio, página en blanco y sin embargo en negro, al aire, hospital de palabras heridas, morada de firmamentos, hueco con números pintados en amarillo, el siete, el trece, calandrias cantarinas, Guillermo Tell atravesando la cabeza de su hijo debajo de una manzana roja (la saeta le entró por el ojo derecho, la historia no lo cuenta), mezzosopranos orondas compitiendo por representar el papel de Alceste, tenores barbudos luchando por ser Admeto, mujeres bellas intentando ser ellas mismas (no se reconocen y se pierden en las calles oscuras de principios de diciembre), hombres morenos con espejos en los ojos y cascabeles en el bajo vientre (no se mueven por no agitar la superficie de la tranquilidad, el silencio, por no hablar, más), el diez, reos condenados por el delito de soledad son absueltos y liberados en islas desiertas ¿puede una isla vivir dentro de una isla?, Paris como alegoría de ciudad del miedo, la ciudad, itinerarios desde un placita al borde del Sena hasta las alturas de un clochard borracho que canta bajo el árbol de la inmortalidad, escritores en buhardillas de hielo y el signo de la oscuridad pintado en la frente, ya nadie distingue a los escogidos, a las vestales, a los pastores de almas, a los vigilantes de la moralidad, a la misma moralidad, yo no distingo ya entre escribir para contar o no tener nada más que aburrimiento, palabras huecas y bostezos. Lo de hoy.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Final del viaje a Reunión




Al despertar supe que aún no era tarde.
No sé cómo.
A veces me siento sobre el muro y miro al otro lado. No me atrevo a saltar a ese jardín de ahí abajo. Quizás por los perros que ladran y me amenazan. Busco la carnalidad de un espíritu que se haga lengua

La habitación se pobló de insectos, detrás del paisaje de mi recuerdo cruzaba un erguido pertiguero con arenques saliendo de sus orejas, el augur se doblaba sobre un mapa buscando la línea amarilla que delimita el campo de batalla, el lugar exacto donde sacrificaban las yeguas antes de los combates. Los alcaravanes picoteaban el suelo del cuarto de baño, fuera las abejas zumbaban sobre los arriates.

Me miré al espejo.
Sobre mi cabeza se encendió un iPad, dentro una escena, sobre fondo negro brillaba un calendario en el que se destacaba el día miércoles.
Se borró.

Otra escena. Los tiroleses entraban en el pueblo con su comandante al frente. Muchos venían heridos. Los niños, indiferentes, reían a su paso. El tambor bigotudo requebraba a las muchachas. Una mujer buscaba con gesto serio el rostro de su hombre, ¿volvería?
Se borró.

Y otra escena. La placidez del interior de una iglesia. Entonces llegaron ellos, rompieron las vidrieras, cortaron las cabezas y las manos de las imágenes de los santos, robaron los objetos de culto, hicieron trizas los bancos del coro, se mofaron del sacristán, dieron fuego al campanario.
Se borró.

Más escenas. Un campamento en Guadalcanal. Por los suelos de los barracones corren cangrejos gigantes y ratas silenciosas. El calor es pegajoso, insoportable. De pronto llueve, un chaparrón intenso. Los soldados salen a refrescarse, algunos se desnudan y enjabonan. Cesa la lluvia. Una explosión, la bomba ha caído cerca de la cocina. Gritos. Los soldados toman sus armas sin saber a quién disparar, de quién defenderse. Los japoneses están escondidos detrás del palmeral. Robert yace detrás de una ametralladora, la bala le ha traspasado el muslo, grita.
Se borró.
  
Detrás de los cristales escucho voces. Salgo a la terraza, los jardines están llenos de hombrecillos barbudos con sombrero. Aparecen por todas las bocacalles. Al cabo de media hora solo veo hombrecillos, por todos los lados, en la piscina, colgados de las palmeras, incluso mi habitación está llena de ellos. No distingo qué es lo que gritan. Aguzo el oído. No lo entiendo. Parece una lengua extraña. Conecto el traductor automático del iPad. La pantalla parpadea. “Es demasiado tarde, se acabó el tiempo”. Y entonces cayó la primera piedra. Después otra. Y cientos, miles. Me refugié debajo de la cama....................................... .......................................................Reunion ya no es, apenas esa sombra que distingo desde el primer avión. Anochece. Ver una puesta del sol desde la ventanilla es disfrutar de una fiesta de colores extendiéndose sobre las nubes.

Volver a la urdimbre, a tejer los días, imágenes para mejor comunicarnos, para gustarnos, para intentar la emoción. Palabras fáciles que hagan consistente esta relación por el aire de ver sin ver, de intuir, de acomodarse en una rutina de música y quién sabe.

Atravesamos una zona de turbulencias. Abróchense los cinturones”. El comandante nos informa que ha entrado en erupción un volcán situado bajo el glaciar de Eyjafjalla. Dice que las cenizas están alterando el correcto funcionamiento de los instrumentos de a bordo. Nos pide tranquilidad. Nos pide que si somos religiosos, recemos. Alguien grita en las filas traseras. Alguien grita en las filas delanteras. Todos gritamos. El avión comienza a perder altura. En el asiento de al lado un hombrecillo barbudo y con un ridículo sombrero me dice “¿ves? te lo dije, es demasiado tarde, se acabó tu tiempo”.

Vaya viaje.
Lo peor es que no sé cómo acabará esto y si mañana podré subir el post nuestro de cada día.

Amén.


sábado, 21 de noviembre de 2015

Algo así como talasoterapia en Reunión (VII).



El primer día estaba resultando demasiado ajetreado, decidí retirarme a la siesta. Durante el trayecto hasta mi habitación vi no menos de cuatro hombrecillos sentados bajo una palmera, en el mini golf, en la punta de una sombrilla y en la T del letrero de Talasoterapia. No hace falta que repita sus palabras.

Entré en el cuarto con prevención, no sabía qué podía encontrarme ahora. Una señora estaba pasando el aspirador.

-¿Es usted dominicana?
-No señor, africana.
-¿Le gusta su trabajo?
-Sí, jefa es buena, no se mete mucho conmigo, no agobia.
-¿Está contenta aquí?
-Sí, también está marido, hijos. Contenta.
-Me alegro.
-Antes todos los días llamando por teléfono a casa. Los hijos, mamá te echamos en falta, no tengo zapatillas, necesito una camiseta. Aquí estudian, estamos juntos, marido también trabaja en el hotel. Contenta.
-Muchas gracias, señora.
-Buenos días, señor.

Se fue. 
Las cortinas corridas proporcionaban una agradable penumbra. Tumbado sobre las sábanas me invadió un dulce sopor.
Soñé con el regreso. Soñé cuando buscaba frutos entre las zarzas lánguidas, cuando comía uvas y los ancianos paseaban en campos de urces infecundos.
Por el arroyo de mis sueños cruzaban los arrieros, un diván era un reino, sobre él descansaba una diosa que antes fue un pájaro, que antes una niña desgarbada.

Alguien tocó con los nudillos en la puerta. Desperté. Sorprendido vi entrar a la protagonista del tercer episodio de Los  Soprano. Se cubría con una leve bata estampada de amapolas. Me miró sonriente. “Hello”- dijo. Se quitó la bata y se deslizó entre las sábanas y mi cuerpo alborozado. Hablaba en inglés y no entendí bien qué intentaba decirme pero nos alborozamos varias veces. Después dormimos abrazados.



Al despertar la chica ya no estaba ahí pero sobre la almohada otro hombrecillo, ¿el mismo?, barbudo, con un absurdo sombrero marrón repetía la letanía “aún no es tarde, aún no es tarde”.

Todo aquello estaba resultando muy extraño.
Mi memoria no tenía memoria.
Mi corazón ya no estaba en Reunión, miraba y no veía, las llamas de la desesperanza habían prendido en las cortinas.
Era el momento de descansar en mitad del incendio.

Me dormí plácidamente.


viernes, 20 de noviembre de 2015

Minotauros en la isla Reunión (VI)




Me acodé en la barra de la cafetería, la camarera me hablaba con desagradable familiaridad, “me recuerdas a mi padre” -decía. Entonces vi a una señorita de melena rubia sentada en un sofá con gesto abstraído. Sus pantalones cortísimos no me impidieron fijarme en la pantalla del iPad sin cables que llevaba a pocos centímetros de la cabeza. Dentro se veía al Minotauro de Picasso que hociqueaba entre las piernas de una bella mujer que ondulaba sus caderas como una marea de peces tropicales. La escena era de una crudeza inusual ya que ella gritaba como si la estuvieran martirizando. Después una toma corta mostraba su rostro contraído en el momento del orgasmo. Gemía. Se repetían una y otra vez, los orgasmos. El Minotauro de Picasso bramaba fuera de plano. Sin embargo la chica de los pantalones cortísimos parecía estar en otra cosa.

Pensé en cómo podíamos vivir antes de esta vaina, diferente, ahora todo es diferente. Liberan a un pobre hombre secuestrado  y  alucina con el cambio tecnológico. Exacto, “es la tecnología, idiota –me dije- eso es, otro invento de Apple”.

Me fui, volví la mirada y en la cabeza de la chica de melena rubia ya no había iPad. La camarera, tan simpática, me despidió con un “adiós, precioso, me recuerdas a mi abuelo” Sobre la cafetera, un hombrecillo con un ridículo sombrero negro repetía “aún no es tarde, aún no es tarde”, y nadie reparaba en su monólogo.




La isla Reunión es un atardecer con hogueras en el horizonte y gusto a genciana. Los alfareros buscan en el muérdago remedios para las piernas quemadas, para fortalecer las encías, para mejor escuchar el sonido milagroso de una campana.


Por el paisaje marrón y negro se filtran los silbidos y las noticias. Se sabe que vendrán los vencedores aunque los puertos siguen vacíos. Se sabe que los lobos se han comido las estrellas. Se sabe que en la bodega hay un niño enterrado.

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