lunes, 30 de enero de 2017

Parker y lo invisible.



Marie está en pijama y bata, equilibrada, mirando por la ventana como el viento se lleva las nubes de una provincia a otra. Lleva la bata abierta justo hasta el límite del libro de modales.

Parker hace equilibrios desalentados sobre la delgada línea roja que separa y une, lo que fue y lo que es. La línea brilla, se expande, torna en grieta confusa más allá de las colinas, Parker cae en ella, desaparece, incapaz de encontrar el camino entre la maleza y las mentiras, el reino con fronteras y la princesa en su torre, las trenzas recogidas, los leones en la puerta.

Marie vive en un prudente duermevela de candor, camina con Parker y otra dama por el parque boscoso al lado del balneario, la luz del atardecer pinta de rojo la hierba que susurra. Los tres hablan de amor, del tiempo fugaz, del deseo, de lo invisible, de los celos. Se sientan en un claro de silencios, yeguas blancas en la colina, pájaros nocturnos desperezándose, un libro de versos abierto por la página doscientos treinta. Marie se duerme y el dragón de la duda se come el bosque, los manteles, la poesía, un tren que pasaba y Parker se difumina de diez a uno hasta volverse invisible.

Parker despierta herido en el centro de una flor y sabe que ha soñado el sueño de Marie. 

(El Roto)

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